sábado, 13 de enero de 2018

La película que no deseabas ver

La Fuerza es intensa en todos, hermanos. Cada mes de diciembre nos encaminamos hacia ese templo sagrado llamado cine para depositar nuestros créditos galácticos en manos de unos taquilleros que nos otorgan el pase hacia una nave que nos llevará a galaxias lejanas en tiempos pasados. Un universo donde el mal se yergue, nos persigue, nos ataca y ante el que tenemos que hincar la rodilla por mucho que usemos la hipervelocidad para tratar de escapar. Es la Fuerza quien nos obliga cada año a repetir el mismo ritual. Lo hemos hecho este año y lo seguiremos haciendo en lo sucesivo. Así es la brutal maquinaria dictatorial... y lo aceptamos porque es el imperativo de la Fuerza.

Este año, esa energía que lo rodea todo, que nos crea y nos une, nos llevó a ver la octava entrega de la saga creada hace cuarenta años por George Lucas. La continuación de El despertar de la Fuerza, una película que se quedó a medias, aunque funcionaba a la perfección como enganche para nuevas generaciones de fanáticos a Star Wars y como buen entretenimiento. Bajo los mandos de Rian Johnson, Los últimos jedi debía ser el episodio que aposentara los fundamentos ideológicos de esta nueva trilogía (apenas esbozados en la entrega de J.J. Abrams) y ha llegado más allá de lo que se podía sospechar en un primer momento.

Star Wars Episodio VIII: Los últimos jedi funciona como película a varios niveles. Como mera película de acción-espectáculo, es un vehículo eficaz. Escenas perfectamente sincronizadas y con un ritmo que sin ser endiablado, marca un nuevo presente en cómo afrontarlas (más allá del academicismo de Lucas o del frenesí de Abrams se acerca más a la magnificencia de Kershner en el Episodio V). Son momentos de acción absoluta pero que dejan hueco a un desarrollo narrativo que obviando algunas lagunas (algo se tiene que escapar en esta galaxia tan vasta en personajes e historias), es la perfecta conexión entre el inicio de un conflicto y su presumible resolución final en el Episodio IX que esperamos ya para 2019. Funciona también como alimentador de la mítica y la mística de la saga, puesto que sin ser para nada originales en temas a tratar, sí que sabe desenvolverse como producto autónomo frente a las "maquinaciones" de Disney y los juegos infantiles de Lucas en la anterior trilogía. Sabe ser equidistante de ambos puntos y Johnson deja su seña de identidad en lo rodado. Conjuga de buena manera grandes planos con fotografía limpia, bella, simbólica (referentes a la primera terna de filmes), con imágenes más sucias, encuadres más barrocos y un dominio visual que echábamos de menos desde los tiempos de El Imperio contraataca.

Por otra parte, Los últimos jedi es un ejemplo idóneo de desarrollo de personajes, simbolizado perfectamente en cómo está trazado el personaje de Kylo Ren. Adam Driver sabe sacudirse las críticas (totalmente justificadas) que acarreó su presentación en El despertar de la Fuerza para asumir un papel de matices mucho más elaborados, con más enjundia y escarbando en la dualidad de un personaje en constante conflicto. Oscar Isaac ha podido también dar mayor hondura a su Poe Dameron. Sabemos que tenemos ahí a un héroe, aunque también tenga momentos de duda. El resto de la plana mayor de protagonistas sabe sacar partido a sus papeles y prepararlos para el episodio final.

La duda... Los últimos jedi es la película que no deseaban ver los más fanáticos de Star Wars porque les plantea dudas. Quizás es que aquellos acérrimos seguidores querían algo más masticado, algo más lineal, pero Rian Johnson ha querido arriesgar y probablemente algunos no se lo perdonen. Nosotros se lo aplaudimos porque con los mismos mimbres, ha sabido contar la misma historia de forma distinta usando todos los recursos a su alcance. Y nos ha tenido en vilo durante toda la narración sin saber salir de la duda. ¿Dónde está el límite de la maldad? ¿Por dónde transitan los personajes? ¿Lado Luminoso de la Fuerza o el Reverso Tenebroso? El miedo atenaza las decisiones, los errores se cometen uno tras otro y llegamos al final casi por puro milagro habiendo presenciado la historia de una derrota, porque eso es lo que nos lega esta película: la escoria rebelde ha sido diezmada, casi aniquilada, prácticamente derrotada. La película de Johnson tampoco escatima esfuerzos en hablarnos de la Fuerza tal y como se presentaba en las películas originales. Pura filosofía, pura idea. Nada de experimentos irrisorios a cuenta de midiclorianos. Eso hace que nos alejemos de lo risible y confiemos en la mitología original: monjes-guerreros, mística, lucha del bien contra el mal, sufrimiento... Todo lo que Yoda nos enseñó. Pero no podemos olvidar que en Los últimos jedi hay tragedia, hay drama, aunque esta saga sabe también intercalar esto con sus pizcas de humor que son siempre de agradecer. Encontramos indicios de grandes hallazgos en esta entrega, como el personaje de Benicio del Toro, y otros elementos que quedan ensombrecidos o gafados (un pasaje central en un casino que apenas tiene sentido, sino como mero espectáculo de una escena que se podría haber reducido) o algún personaje que queda desdibujado aunque en el Episodio VII insinuara algo más. Sin embargo nos queda la sensación de buena película, buen espectáculo y fantástica continuadora de la trilogía original (con referencias constantes).

Nos hemos acercado de forma desapasionada a la nueva entrega de Star Wars. Suponemos que es lo mismo que ha querido Rian Johnson a la hora de filmarla. De haberlo hecho de otra forma (como seguidor o como mero servidor de los intereses de Disney), hubiera claudicado. Pero en cambio, ha reformulado una saga que corría el riesgo de convertirse en un juguete sin sentido y sin interés y a cambio nos ha hecho reafirmarnos en nuestra fe.

Al fin y al cabo, ha nacido una nueva esperanza.



Este artículo apareció originalmente en Berenjena Company.

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