lunes, 30 de octubre de 2017

Oro, incienso y Scalextric

Llegó el rey Melchor a depositar a los pies del pesebre oro, regalo propio de la realeza con el que se honra a quien soñará algún día con poseer la grandeza del poderoso...

Oro puro en forma de humor. ¿Qué más quieren ustedes? En tiempos de zozobra, tiempos tenebrosos en los que vivimos, refugiémonos en dos cosas fundamentales: el pecado (capital, venial o lo que ustedes quieran) y la risa, antídoto felicísimo para la idiocia que hoy campa a sus anchas por este mundo que Dios padre ha dejado como un secarral. Oro puro lo que nos regaló Manu Sánchez con El último santo, la transfiguración del cuerpo del hombre en actor, en dominador de la escena y de los tempos narrativos. El que obró el milagro de convertir un monólogo en una inteligente sátira de la religión, de la fe ciega y de todo lo malo (es que tenemos mucho, oiga) que tiene el ser humano en su discurrir por este planeta. Oro puro el de un humorista, un payaso que desde el minuto uno sabe cómo meterse al respetable en el bolsillo a base de carisma a raudales, interacción y empatía. Manu sabe qué es lo que le gusta al público y lo da en cantidades industriales. ¡Que no se cansa el tío! ¡Dos horas y cuarto encima del escenario! Y ni un gallo le salió al malaje. Qué asco, qué envidia (sana) le tengo. Ora pro nobis.


En esas estábamos cuando vimos aparecer al segundo de los magos procedente de Oriente. La barba roja y rala nos hizo adivinar que se trataba del bueno de Gaspar, que vino a ofrecer al niño una cantidad interesante de incienso, esencia que denota majestuosidad...

Grande y majestuoso en todos los sentidos fue el espectáculo que nos mostró Manu Sánchez en el Teatro Moderno de Chiclana. Su sentido del espectáculo denota un conocimiento especial de lo que un montaje de estas características tiene que mostrar. Su presencia única en escena hace que la música, la iluminación, la ambientación, tengan que arropar al artista. Pero háganme caso, Sánchez ha demostrado en sobradas ocasiones que a pelo es un comunicador bestial, un tipo que tira por atajos para conseguir su objetivo: la risa. Y lo consigue con un humor fácil -que no facilón-, subyugante porque todos caemos en la cuenta que la diatriba de Manu es conocida pero nos encanta vernos reflejados en esos espejos deformados que el artista sevillano nos pone delante nuestra. Y dentro de ese humor, se va destilando la crítica, atemperada y de bajo nivel en algunos momentos, provocativa en otros, siempre necesaria. En el ambiente huele a esencias, huele a incienso, como en una mañana fresquita de Domingo de Ramos, pero sin capillitas por la calle que a veces son mu pesaos. El señor es mi pastor, nada me falta.

Se nos estaba haciendo ya tarde (y estábamos sin comer ni ná), cuando se nos presentó ante nosotros el magnánimo Baltasar, venido de lejanas tierras africanas... aunque el pobre dio un rodeito bueno. Se postró ante la criatura y dejó colocado a sus pies... mirra no, ¡un Scalextric! Como bien diría la madre de Brian (en La vida de Brian, claro): ¿Eso de la mirra qué es?...

Aún no sabemos qué es la mirra pero sí qué es un Scalextric. Y ciertamente, para la diversión de chicos y grandes, jugar con un circuito de carreras es mejor. Por un circuito sinuoso, furibundo, con más ritmo que el Sarandonga de Lolita nos llevó Manu Sánchez en El último santo. Una obra impecable desde el punto de vista narrativo aunque hay que decir una verdad sagrada: Manu lo tiene fácil. Las religiones, en especial el cristianismo, ya te da los guiones escritos y luego el humorista puede escoger donde quiera para poder hacer el humor y a través de él, provocar la risa en el público. En este montaje, los tópicos no suenan rancios, porque al costumbrismo, Manu Sánchez sabe sumar un magnifico conocimiento del material de partida. Creo sinceramente que nadie puede sentirse ofendido (hablo de los creyentes) con una obra así, pero ¿no es el humor una obra divina? ¿No está hecho el humor para poder subvertir el orden imperante y criticarlo? No reirse es pecado, pero de los malos. Pero aún vendrá algún demonio que quiera buscarle tres pies al gato y criticar a El último santo como una obra ofensiva. Pobres diablos. ¡Ay Manu! ¿Por qué nos has abandonado?

Oro, incienso y un Scalextric se llevó el niño, que más contento que unas pascuas, nunca supo lo que el ser humano (el verdadero demonio de este mundo) le tenía reservado. Cruel destino, pero ante ello y antes de que llegue el tan anhelado Apocalipsis, riámonos joé, que de momento es gratis. ¡Qué barbaridad chiquillo!

Foto: @zuhmalheur

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