lunes, 10 de octubre de 2016

Perdónanos nuestra inocencia

Marat/Sade es una obra peligrosa para nuestra sociedad... Vaya usted a verla.

Marat/Sade es una obra que debería estar perseguida, censurada y prohibida... Si se asusta al pensar de forma libre. Vaya usted a verla.

Marat/Sade es la constatación de que vivimos en la más absoluta indigencia moral ya que las palabras e ideas de hace 200 años pueden ser extrapoladas punto por punto a la actual situación social y política en la que vivimos. Vaya usted a verla.

(Foto: Paco López).
Hay cierta provocación en las ideas, modos y discursos de Jean Paul Marat, aquel jacobino que murió desangrado en su bañera presa de los brillos mortales que empuñaba Charlotte Corday. Provocación a ojos de los profetas de lo políticamente correcto. Verdad a quien se ose a quitarse la venda de los ojos. Y Marat/Sade solo es la correa de transmisión de esas ideas, apuntaladas por unos personajes, unos locos más cuerdos que los que está fuera del sanatorio de Charenton. Y es que aunque nunca olvidamos en este clásico de Peter Weiss que nos encontramos delante de una representación teatral dentro de otra representación teatral (deudora del teatro de la convención consciente de Meyerhold, aunque en el texto de Weiss se va un paso más allá puesto que vemos a actores haciendo de actores), la sensación de dèja vú es constante. Sabemos que lo que nos cuentan los locos dirigidos por Sade es algo que nos suena y no precisamente por sabernos de pe a pa la vida de Marat y de la Revolución Francesa. Sabemos que las disquisiciones sobre la libertad del individuo, el rechazo al Absolutismo (personificado en la monarquía borbónica), la separación de poderes y la protección de las clases populares ante su indefensión social y económica, son temáticas de moda hace doscientos años... pero también hoy. Lo fueron también hace medio siglo cuando Weiss dio forma a este vodevil que Atalaya ha dotado de frescura, ingenio, atrevimiento y un absoluto dominio de los recursos escénicos por parte de los actores, que ayudan a dar fluidez a un texto cortante, fluido y dinámico.

Atalaya da una muestra más de su maestría con un conjunto en el que nada chirría. Desde unos actores que toman pizcas del teatro épico de Brecht y de la biomecánica de Meyerhold pasando por su simbiosis con una escenografía lograda a base de telas blancas que dan volumen y geometría a un escenario envuelto en sombras y claroscuros que fortalecen el mensaje frío en ocasiones, apasionado en otras, de personajes que están al límite: unos por su cuerda locura, otros por su claridad mental que les conduce irremisiblemente a la perdición (ahí están esos Marat y Corday, llenos de dudas ante su futuro, mientras los enfermos son los que más anclados a la realidad están).

Y volvemos a la idea inicial. No dudamos de la necesidad de textos como Marat/Sade. Obra política (huyendo de su acepción como modo de representación y sí como compromiso ciudadano con su realidad), el texto de Weiss tristemente, seguirá siendo un referente de todo lo que debemos reflexionar sobre esa indigencia moral que nos aflige. O eso, o mejor volverse rematadamente locos. Tanto que veamos la realidad con meridiana lucidez.

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