sábado, 7 de mayo de 2016

Botas y velos

“...para conservar la salud y cobrarla si se pierde, conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber vino, por ser, con moderación, el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina...".
Francisco de Quevedo.


Solera de Bodegas Vélez, fundada en 1857.
Que en un determinado momento de la historia, Chiclana llegara a contar con más de cien bodegas, nos da a entender la importancia que el sector vitivinícola tuvo para nuestro pueblo. Que en pleno siglo XXI, no lleguemos a diez y el vino sea algo residual en el poso de nuestra historia y en nuestro devenir diario, debe ser motivo de preocupación. Más aún cuando en otras zonas de la geografía nacional, la cultura del vino se mima con delectación porque es fuente de ingresos y motor de la economía. Pero no estamos aquí para criticar el deterioro del mundo bodeguero en Chiclana sino para ayudar a que se conozca esta centenaria historia…

Podríamos hablar de los orígenes de un cultivo milenario. Podríamos hablar de la forma en la que el hombre empezó a vinificar, del significado mítico-religioso que el consumo de vino tuvo en civilizaciones como la fenicia, la griega o la romana, pero no. Lo que nos interesa es saber por qué en Chiclana comenzó la actividad de vinificar en un determinado momento de nuestra historia. 

Ya desde el siglo XV se tienen noticias de establecimientos dedicados a la producción de vino en nuestra localidad, si bien no fue hasta el siglo XIX cuando se estableció el sistema bodeguero tal y como lo conocemos en la actualidad. La relación de dependencia con las bodegas de Jerez es un punto a tener en cuenta. Hasta bien entrado el siglo XX, las bodegas de Chiclana vendían casi el cien por cien de su mosto a los productores jerezanos, si bien esto empezó a cambiar cuando los bodegueros chiclaneros se dieron cuenta del enorme potencial que sus caldos podrían tener. Y aunque seguían produciendo suficiente mosto para vender a Jerez, algunos vinos de Chiclana alcanzaron cierto renombre no solo en la provincia, sino fuera de ella.

Debemos el lustre de las bodegas chiclaneras a un colectivo ciertamente singular: los chicucos. Con este nombre denominamos a las poblaciones que vinieron en el siglo XVIII a Cádiz procedentes de la zona de Cantabria. Al calor de las oportunidades de negocio que surgieron cuando Cádiz fue sede de la Casa de la Contratación (a partir de 1717 hasta la pérdida de las primeras colonias a inicios del XIX), estas gentes, comerciantes por naturaleza, se instalaron en ciertos puntos de la provincia. Los que lo hicieron en Chiclana comenzaron a amasar pequeñas sumas de dinero con negocios comerciales que pronto invirtieron en un negocio en ciernes: la viticultura. Primero asociándose con los productores jerezanos pero más tarde, copiando el modelo de bodega de esa población, los chicucos fueron los verdaderos exponentes del bodeguero chiclanero. En el primer tercio del siglo XIX ya fundaron algunas bodegas, aunque fue a mitad de siglo cuando se experimentó el verdadero empujón en este sector. 

Innovando paso a paso, fueron ganando cuota de mercado y convirtiendo a la vitivinicultura en la principal industria chiclanera, hasta el punto de ver en Chiclana más de cien establecimientos de este tipo. Muchos chiclaneros trabajaban en las bodegas en una época de cierta prosperidad que se vio truncada en los años 80 con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. La imposición de las cuotas de producción hizo que se tuvieran que cortar miles de hectáreas de viñedo porque España superaba el límite en la producción establecido por Bruselas. Chiclana, al no estar protegida por una denominación de origen, sufrió las consecuencias. El negocio bodeguero se vino abajo… pero aún queda esperanza. Solo hay que apostar por el turismo ligado al conocimiento del vino. Lo que ocurre es que en Chiclana, aún no nos hemos dado cuenta de ese potencial. ¿Lo haremos algún día?

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