lunes, 4 de enero de 2016

El alma del artista

El público. Esa masa voluble que lo mismo se congracia con lo que estás haciendo o te deniega su favor. Es caminar sobre un fino alambre del que sabes que te vas a caer si no consigues empatizar y epatar a quien observe tu trabajo. El artista se encuentra así ante una disyuntiva peliaguda: agradar o fracasar. Es el límite que te marca si eres bueno o no lo eres. Por eso, el artista se debe dejar la piel, debe traspasar límites, debe ir hacia lo insondable para conseguir el más difícil todavía...


Y no es que Robert Zemeckis haya conseguido el más difícil todavía. Pero sí notamos que lo vamos recuperando para la causa. Tras convertirse en director de referencia para los que ya tenemos una edad con películas tales como Tras el corazón verde o la trilogía de Regreso al futuro y después de ganarlo todo con Forrest Gump, a Zemeckis le dio por probar nuevos terrenos de narración mediante la imagen y se metió en varias historias que decepcionaron a su público (Polar Expres, Beowulf...). Hace un par de años despachó El vuelo, un trabajo estimable aunque con cierta falta de ritmo y algunos quisimos ver el resurgir del Zemeckis artesano, del que gusta de hacer las cosas bien, lo que en su terreno significa, divertir a la gente. Ahora con The walk (me niego a llamarla El desafío), cuenta la historia de Philippe Petit, el hombre que cruzó las torres del World Trade Center a través de un cable de acero. Es un episodio que ya conocíamos por el fantástico documental Man on wire, ganador del Oscar en su categoría, pero que con este filme profundiza en la pequeña gran historia humana del artista persiguiendo su sueño. Y es ahí donde The walk se hace grande, porque sabe interiorizar la problemática de Petit, sabe explotar y definir su gran reto (tender un cable entre las torres y caminar por él) y sabe narrar a la perfección la preparación del "golpe" como el propio Petit y sus compinches llamaban a su aventura neoyorkina.

Porque la mejor parte de la película es esa pequeña intrahistoria del making off del paseo por las nubes de Petit. A modo de película de robos y con finas dosis de humor, los protagonistas van engarzando piezas para que el Día D todo estuviera preparado. Y aquí se ve al mejor Zemeckis, el director que imprime un ritmo brutal a la narrativa del guión, que sabe dónde colocar a cada personaje, que dosifica los esfuerzos actorales para que no haya ningún secundario demasiado secundario. Un director en definitiva, que además sabe integrar como personajes a las propias Torres Gemelas que vuelven a cobrar vida (vaya último minuto de película, sobrecogedor sin llegar al sentimentalismo barato), y de qué forma.

La gran escena, la esperada por todos (el paseo por el cable) está filmada de forma admirable, con tensión creciente, con gran pulso por un Zemeckis que vuelve por sus fueros con un cine que tiene la sana pretensión de agradar y de divertir contando una historia pequeña y sencilla. Y lo cierto es que es una escena maravillosa, que da vértigo (real, del que marea) porque sabe dónde colocar la cámara y que además tira de momentos de onirismo para enseñarnos el alma del artista. Y es ahí donde vemos claramente a un Petit (felizmente encarnado por Joseph Gordon-Levitt) que ha alcanzado su objetivo, que ha caminado sobre el alambre y es consciente de que ha triunfado porque se ha metido al público en el bolsillo. Petit estaba solo, pendiendo de las nubes, suspendido sobre un cable y enseñándonos que los sueños solo se hacen realidad, si los trabajas.

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