domingo, 25 de octubre de 2015

El cante por fatigas de Rancapino

Mi cante es un cante por fatigas...
Rancapino

Los pies descalzos y los catarros constantes. El soniquete reverberaba en la garganta de Alonsito que ya empezaba a darse cuenta a temprana edad, cuál sería su sustento. A los siete años, Alonsito, Alonso Núñez Rancapino dejó el colegio y se echó a la calle a cantar. Había que comer en esa España en blanco y negro y si uno tenía algo con lo que valerse, había que explotarlo. Rancapino y su familia comieron de la voz rota del cante flamenco. Desde que era chiquitito. Qué buena escuela del flamenco esa. Las puñalás de la vida y la necesidad fueron sus maestras y el fino oído del chiclanero culminó su formación como cantaor escuchando a los más grandes: Aurelio Sellés, Chano Lobato, Caracol... Estuvo con los más grandes y recuerda con especial cariño a Fernanda y Bernarda de Utrera, dos gigantes del cante jondo.


Alonso ya no canta mucho. Su hijo recoge el testigo separándose del estilo paterno para crear el suyo propio, personal e intransferible. Pero a Rancapino padre le hacen los ojos chiribitas cuando habla de aquellos años de gloria junto a Camarón, de tablao en tablao, de ciudad en ciudad, de avión en avión, llevando por esos mundos de Dios, los caminos del cante más puro ese, que unos pies descalzos y el hambre, le hicieron descubrir cuando era niño.

Hoy Alonso canta para los amigos. Unas alegrías, una soleá inacabada o una bulería requebrada en su voz arenosa y sabes que ante ti está un genio del flamenco.

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