lunes, 27 de julio de 2015

El tango y las lunas del arrabal

"Vuelvo al Sur, 
como se vuelve siempre al amor"...

Fernando Pino Solanas/ Astor Piazzolla



Durante muchos, muchos años, desde el Puerto de Cádiz, -el Muelle, para los que somos de aquí-, salieron demasiados barcos con rumbo al futuro. Dejando atrás la España en blanco y negro, la España de la autarquía, de la "una, grande y libre", pero esa España paupérrima que al fin y al cabo era lo que había. Los emigrantes cogieron el barquito para ultramar en busca de una vida mejor y llegaron a lejanas tierras donde se llevaron consigo un trocito de su país. Los españoles sabemos muy bien qué significa ser foráneos en otros mundos. Fuimos gentes del arrabal con un pie en tierra extraña y el corazón en la madre patria. Y a donde fuera qué íbamos, llevábamos en el hatillo nuestras costumbres, nuestra forma de ser, nuestras tradiciones. Ahí en el arrabal...

(Foto: Zúh Malheur)

Ahí surgió el tango, en un arrabal. Fue una especie de maravillosa criatura de Frankenstein, construida a base de retales de distintas culturas de países que vieron como sus naturales iban a labrarse un futuro mejor a la Argentina, tierra de promisión para muchos de aquellos emigrantes. Y ahí, con ciertos sones, con algunos instrumentos llegados de lejos, con ciertos bailes y muchas maneras, se alumbró el tango, apareció la milonga... comenzó un nuevo mundo.

Bien presente tienen este origen, humilde pero glorioso, los chicos de La Porteña Tango Trío que tan felizmente acompañan a Mariel Martínez desde hace unos años, en un cóctel exquisito. Quizás son de los mejores embajadores del tango a nivel mundial (su gira por países europeos, así lo demuestra), pero como ya dijimos en su visita a Chiclana el pasado mes de enero, van más allá, puesto que no se quedan en el regocijo de cantar siempre lo mismo. Hay diez, no más, tangos famosos, pero lo de Mariel, Federico, Alejandro y Matías, es pura labor investigadora. Bucean en los archivos sonoros de Argentina en busca de las raíces del son que los hace grandes, tratando de sacar a la luz aquel tango escondido, aquella milonga que no se canta, el vals que ya nadie quería bailar. Y lo hacen con estilo propios. Su último disco, Buenos Aires cuando lejos me ví, es un retrato preciso y amoroso de aquellos que siendo emigrantes (ellos residen en Madrid), usan la nostalgia en un poderoso ejercicio de exposición de ese viejo tango que suena nuevo.
(Foto: Zúh Malheur)

Los volvimos a ver bajo la luna de Cádiz, con la escenografía espectacular del Castillo de Santa Catalina y con un recital de campanillas donde hubo tiempo para todo, incluso para bailar, si es que alguien se hubiese atrevido. El tango se vio recompensando en las bellísimas recreaciones vocales de Mariel Martínez, especialmente intensa cuando Alejandro Picciano la acompañaba a solas, mientras que con Federico Peuvrel y Matías Picciano, la magia sonora se complementó con maestría absoluta. Me permitirán que le lance flores al más pequeño, pero es que el bandoneón del benjamín de la banda es puro gozo: en Vuelvo al Sur se pudo vivir y sentir. Esa composición de Solanas y Piazzolla fue un tremendo momento del concierto. Hubo otros: Yo no sé qué me han hecho tus ojos, del maestro Canaro, los tangos de Manzi como ese delicado Recién (y lo que no son tangos... cómo duele esa Milonga triste, pero qué bellísima que es). Y sinceramente, lo de Mariel y su versatilidad vocal, no es noticia. Su voz nos sabe llevar por los vericuetos emocionales que están plasmados en las partituras. Si fue una sorpresa encontrárnosla en Chiclana, en Cádiz nos llevó a los terrenos de la gran emoción. En resumidas cuentas, podríamos destacar todo el repertorio sin ápice de estar exagerando y es que todo este espléndido material que nos han legado los maestros porteños fue homenajeado con mimo por estos cuatro argentinos que tan nuestros son ya. Ansiosos estamos de repetir esta experiencia bajo esta u otras lunas del arrabal.

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