viernes, 15 de mayo de 2015

El discreto encanto del erotismo (y II)

La edad de oro: los años 70

El cine comercial siempre ha sido enemigo del erotismo; como le ocurre con la violencia, la política, la religión y demás temas considerados espinosos, a veces lo utiliza para atraer al público, pero le da miedo llegar demasiado lejos y que la polémica pueda ir en su contra, así que suele limitarse a cumplir poniendo alguna escenilla estereotipada y casi metida con calzador.

Precisamente, la gran baza del cine independiente y lo que le permite sobrevivir ha sido siempre el ofrecer más sexo y violencia de lo que Hollywood se atreve a mostrar. Por lo tanto, no es de extrañar que cuando por fin se crea el sistema de clasificación por edades y todo tipo de cine se puede exhibir legalmente, la oleada de erotismo de los años 70 llegue principalmente de Europa, sobre todo de sus dos industrias cinematográficas más fuertes: Francia e Italia.

Pasolini...
En este aluvión se puede encontrar absolutamente de todo: películas comerciales poco transgresoras y sin mayores pretensiones, como la saga Emmanuelle (la primera parte dirigida por Just Jaeckin en 1974) o Bilitis (David Hamilton, 1977), adaptaciones de clásicos de la literatura erótica como Historia de O (de Casanova (Federico Fellini, 1976) o Salò o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975), títulos muy personales de los más prestigiosos autores de la época, como Bernardo Bertolucci (El último tango en París, 1973), Luis García Berlanga (Tamaño natural, 1977), Nagisha Oshima (El imperio de los sentidos, 1976), Marco Ferreri (Adiós al macho, 1976), cine sensacionalista con pretensiones de vanguardia como Portero de noche (Liliana Cavani, 1974) o las primeras obras del español Bigas Luna (Caniche, 1979) y, por supuesto, una retahíla infinita de secuelas, imitaciones, subproductos y sub-subproductos.

Se puede ver que Francia aportó las películas más comerciales e Italia tuvo más éxito en el mercado internacional con el cine de autor. Sin embargo, el underground americano aportó también otro autor fundamental y pionero del género, Russ Meyer. Su cine, personalísimo y fácilmente identificable por las inverosímiles tallas de sujetador de sus estrellas femeninas, absolutamente inéditas en una época anterior a la revolución de la silicona, es demasiado delirante para considerarlo simple exploitation comercial; el rey del mal gusto, el director John Waters, considera la obra de Meyer Faster pussycat kill kill (1966) como la mejor película de todos los tiempos. Otros títulos importantes suyos serían Más allá del valle de las muñecas (1970) y la trilogía Vixen, Super Vixens y Beneath the valley of the Ultra-Vixens (1968, 1975 y 1979 respectivamente).

El imperio de los sentidos. Ai no corrida, en su título original...
Hay que señalar también que en la marea erótica de los 70 dan sus primeros pasos, en Holanda y Canadá respectivamente, dos nombres fundamentales del fantástico moderno: el primero, Paul Verhoeven, más comercial, llevó a cabo en 1973 el mayor éxito de toda la historia del cine holandés, Delicias turcas y siempre ha separado el cine erótico del fantástico salvo en la excelente El cuarto hombre (1983); el segundo, David Cronenberg, más experimental, los ha mezclado desde su primera película, Vinieron de dentro de... (1975).

El erotismo de los grandes estudios: de los años 80 en adelante

La nueva década marca el fin de la era de oro del erotismo; con la llegada del vídeo, muchos adictos al género prefieren disfrutar de sus estrellas más calientes en la intimidad. Además, la llegada al poder de Ronald Reagan y la aparición del SIDA evitan que se pueda hablar del tema con la despreocupación y la alegría anteriores; por otra parte la industria americana se hace más fuerte y el cine europeo entra en una crisis que estuvo a punto de llevarlo a la extinción. Y ya vimos que la industria es más bien enemiga de lo erótico. El género empieza su crisis y se refugia en sus dos principales bastiones, USA e Italia.

El erotismo que llevan a cabo los grandes estudios americanos, aparte de ser bastante más suave y menos explícito que el europeo de la década anterior, suele adoptar un punto de vista conservador de asociar sexo con peligro y muerte; de ahí el éxito del thriller erótico, subgénero que descubrió a la gran Kathleen Turner en Fuego en el cuerpo, lanzó a Jessica Lange (El cartero siempre llama dos veces, Bob Rafelson, 1981), y más tarde también a la no menos estupenda Sharon Stone con Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992). Otros títulos de la misma tendencia serían El beso de la pantera (Paul Schrader, 1982) o subproductos a mayor gloria del pene de Bruce Willis como El color de la noche (Richard Rush, 1994), etcétera.

Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986) fue el mayor éxito comercial del cine erótico durante los años 80. Se trataba de la adaptación de una novelilla sadomasoquista, pero el resultado final fue un videoclip gigante tan light y tan difuso que es difícil darse cuenta. Sin embargo, la película caló tan hondo que Kim Bassinger se convirtió en la mujer más deseada del mundo y, aún hoy en cualquier fiesta en la que suene el célebre You can leave your hat on de Joe Cocker, nunca falta el inevitable gracioso que empieza a emular el strip tease de Kim. Su influencia no se quedó ahí; uno de los productores y guionistas de la peli, Zalman King, se animó más tarde a dirigir Orquídea salvaje de nuevo con Mickey Rourke. Fue el comienzo de una carrera como erotómano impenitente que continuaría con más pena que gloria en Piernas de terciopelo o Delta de Venus; su estética Playboy de persianas venecianas, heredera de los ochenta, sigue siendo la dominante en la mayor parte de la producción erótica americana, casi íntegramente dirigida al mercado del vídeo.

Instinto básico o el inicio de todo un género
En los 90, Instinto básico fue el mayor bombazo. Inmediatamente después, Sharon Stone intentó repetir la jugada con Sliver-Acosada, otro thriller erótico dirigido por Phillip Noyce, un australiano que había hecho un trabajo bastante competente en Calma total (1989), y escrita por el mismo guionista de Instinto básico, Joe Esterzhas. La película era de una mediocridad aplastante, pero su idea de partida resultaba particularmente buena: el voyeurismo del propietario de un edificio de apartamentos que espiaba a sus inquilinos con cámaras ocultas. La era de esplendor de Gran hermano que vivimos en toda Europa convierte a Sliver en un film adelantado a su tiempo.

También Verhoeven, el director de Instinto básico, espoleado por el exitazo, quiso volver a los viejos tiempos tórridos de sus primeras películas holandesas, esta vez sin la coartada del género policíaco. Se juntó de nuevo con Esterzhas como escritor, y el resultado fue Showgirls (1995), probablemente el más interesante intento de melodrama erótico de la historia de la industria americana, y un abierto desafío a la censura yanqui al estrenarla con la temida clasificación X. El film presentaba al sexo como un elemento de consumo más en el capitalismo salvaje y hortera de Las Vegas, donde está ambientada. Verhoeven jugaba peligrosamente en el filo, entre criticar el mal gusto y regodearse en él; aunque desde un punto de vista técnico su trabajo en la dirección fue impecable, no pudo evitar la inquisición de malas críticas y feroces descalificaciones por parte al mismo tiempo de los sectores más reaccionarios y de los supuestamente progresistas.

Visto lo visto, nadie se ha atrevido nunca más a presentar una película X en un gran estudio. Oye, que Showgirls tiene su gracia. Salen Jesse de Salvados por la campana y el agente Dale Cooper de Twin Peaks. Y también te sirve para echarte unas risas viendo algunas de las desopilantes escenas de la trama.

Otras propuestas
La década de los noventa trajo un resurgir del cine independiente y alternativo, lo que ayudó a que aparecieran algunas películas innovadoras sobre sexo. Uno de los títulos más importantes y pioneros de este renacer fue Sexo, mentiras y cintas de video (Steven Soderbergh, 1989). Era la historia de un ama de casa borde y reprimida (Andie MacDowell), y de un freak impotente (James Spader) que se consolaba grabando en vídeo y luego viendo las confesiones eróticas de sus conocidas; mientras, el marido de ella y mejor amigo de él (Peter Gallagher), típico yuppie de los ochenta y un pájaro de cuidado, se cepillaba a la hermana de Andie (Laura Saint Giacomo). Este pequeño culebrón rodado sin un duro de la forma más sencilla tuvo un éxito atronador para una película de sus características. La clave seguramente fue que los problemas sexuales y existenciales que se contaban eran compartidos por un público agobiado por el SIDA y el ultraconservadurismo de la política de Ronald Reagan y similares.

El cine erótico ya no podía volver a la inocencia hippie del intercambio de parejas de Bob, Carol, Ted y Alice (Paul Mazursky, 1969), pero todavía tenía mucho que decir.

El renacer del underground favoreció también la distribución de películas de contenido erótico contadas desde prismas diferentes al punto de vista tradicional del varón blanco cristiano heterosexual. El cine dirigido por homosexuales militantes o queer cinema (literalmente, cine marica) tuvo un pequeño momento de gloria con el reconocimiento alcanzado por la película, interesante pero sin duda sobrevalorada, Mi Idaho privado (Gus Van Sant, 1991), protagonizada ni más ni menos que por Keanu Reeves acompañado del malogrado River Phoenix. Su director no siguió en esa onda, sino que usó su éxito como carta de presentación para Hollywood, donde se dedicó a hacer dramones telefílmicos como El indomable Will Hunting o Descubriendo a Forrester, perpetrar remakes prescindibles para después volver a la senda indie.

Sexo de alto voltaje en El piano... o no.
El piano (Jane Campion, 1993) fue otro proyecto independiente apoyado por actores famosos (en este caso todo un dream team: Holly Hunter, Harvey Keitel y Sam Neill). La película parece pretender ser una indagación en la sexualidad de una mujer llevada a cabo por una guionista y directora también mujer, y no por un hombre como es lo habitual; el caso es que Holly Hunter va de liberada y se niega a acostarse con su marido, pero en cambio no pone reparos en que Harvey Keitel se la beneficie a cambio de recuperar su piano, que está en poder de él. Como la torpeza de la puesta en escena y del diseño de los personajes es notable, no queda claro si ella se enamora de Keitel al prostituirse para él o accede a prostituirse porque está enamorada, pero en cualquiera de los dos casos la visión de la directora sobre la sexualidad de las mujeres es de premio. Lo mejor es cuando ella le envía a su amante un mensaje escrito en una tecla del piano, aunque antes él le ha dicho que es analfabeto. Este engendro fue uno de los mayores bombazos de toda la historia del cine de autor, y la música de Michael Nyman logró un insólito número uno en las listas de ventas. Inasequible al desaliento, la Campion perpetró después Humo sagrado (1999), que parecía ir en la misma línea erótico-pedante que la ha hecho famosa. El cine caliente que han llevado a cabo últimamente otras mujeres, en este caso francesas, con películas como Romance (Catherine Breillat, 1999) y Fóllame (Coralie y Virginie Despentes, 2000), al menos está produciendo un debate sobre la censura y los límites de la pornografía; son películas con escenas de sexo duro que se han librado por los pelos de la clasificación X y se están viendo en salas normales, desafiando la idea de que el porno es un ghetto sin ninguna inquietud artística.

También dentro del underground, aunque en su propia órbita, se mueve David Cronenberg, el erotómano más oscuro y transgresor; Cronenberg definió en su obra cumbre Videodrome (1983) un nuevo concepto de la sexualidad humana, la Nueva Carne. Los postulados de esta perversión/religión/filosofía son la fusión entre lo biológico y lo mecánico y la eliminación de las fronteras entre realidad y ficción (en Videodrome James Woods absorbía a través de su cuerpo una cinta de vídeo y Deborah Harry se convertía en una imagen de televisión). No está claro si el proceso de autodestrucción que sufren siempre los personajes de Cronenberg es positivo o negativo, si supone una condena o una liberación.

Si gran parte del cine de este hombre sigue los esquemas del porno duro (personajes viciosos que se mueven sólo en función de sus instintos sexuales, ritmo cadencioso, escenas similares que se repiten una y otra vez, atmósfera artificial y sensual...), Crash (1996) se puede considerar un porno de lujo. Los miembros de una curiosa secta sexual, integrada entre otros por algunos viejos conocidos del género como James Spader o Holly Hunter, se ponen a cien reproduciendo accidentes de automóvil y luego contemplando y sobando sus cicatrices y hematomas. Los adictos a la Nueva Carne no suelen interesarse por la vida ni la sexualidad convencionales. También en eXistenZ (1999), Jennifer Jason Leigh y Jude Law se enganchan al fetichismo, en este caso en forma de sensual juego bioinformático al que hay que conectarse físicamente.

Una de las últimas grandes aportaciones importantes al género es Eyes wide shut (1999), el testamento del gran Stanley Kubrick, y una de las mejores radiografías de la sexualidad y la pareja nunca vistas en el cine. Tom Cruise y Nicole Kidman interpretaban a un elegante y pijo matrimonio neoyorquino aparentemente muy feliz. Sin embargo, una noche ella, ligeramente colocada, confiesa una fantasía erótica en la que soñó con fugarse con un desconocido; la parrafada que le suelta al panoli de su marido, rodada en un primer plano intensísimo que Kidman aguanta magistralmente, revela que su relación de pareja es bastante insatisfactoria a pesar de las apariencias. Él, que no se había dado cuenta de nada, se queda patidifuso; en este momento la película toma su punto de vista y nos introduce en su mundo de fantasías de reprimido. En su vagar por las calles de la ciudad durante una noche, el mundo exterior que lo rodea está plagado de sexo: todas las mujeres que aparecen se le insinúan, aunque siempre hay algo que evita que la cosa vaya más lejos, y también todas esas mujeres representan un peligro. Su fantasía más desbocada, la de una orgía, la mejor secuencia del film y donde Kubrick desarrolla todo su poderío visual, resulta ser también la más peligrosa.

En realidad este personaje es bastante parecido a los adolescentes de las películas de juergas de instituto y universidad, o a las películas de Alfredo Landa o Pajares y Esteso, y comparte unos sentimientos de deseo y al mismo tiempo temor ante el sexo bastante equiparables. La diferencia, claro está, es que Kubrick rueda con estilo y sin zafiedad y ve a su protagonista con distancia en vez de identificarse con él; con quien sí está de acuerdo el director es con el inteligente personaje de Nicole Kidman: de hecho, por si quedara alguna duda, ella resume toda la tesis de la película en su discursito final, que acaba con un contundente fuck. Kubrick buscó hacer la obra definitiva de cada género, y en el erótico consiguió llevar a cabo, si no la definitiva, al menos probablemente la mejor hasta ahora.

La censura
Uno de los capítulos más apasionantes de la historia del cine es el de la censura. Su existencia es tan antigua como el cine mismo y su permanencia sigue hasta hoy en día, por más que muchos crean que es cosa del pasado. La explicación de su existencia y la defensa de su funcionamiento va más allá de una cuestión ética. El cine es un excelente elemento de propaganda y la censura es una de las principales herramientas que regula el pensamiento de las masas. Durante el segundo cuarto del siglo XX, la Junta de Censores Cinematográficos (establecida en 1912 por petición de los mismos empresarios del cine por motivos comerciales y de prestigio), tuvo como premisas las que nos detalla Roger Manvell en su interesante libro Film (1944):

"Las preocupaciones del equipo de censores, al observar centenares de películas anuales, pueden resumirse en las siguientes prohibiciones generales:
1- Religiosas: La figura materializada de Cristo. El tratamiento irreverente de prácticas y ritos religiosos. El tratamiento irreverente de la Biblia y las alusiones bíblicas.
2- Políticas: Todo lo que pueda herir las susceptibilidades extranjeras. Todo lo que pueda fomentar la inquietud y el descontento sociales (La proyección general de películas rusas en Gran Bretaña tuvo lugar recién a partir del momento en que Rusia entró en Guerra).
3- Sociales: Desnudez (excepto en los negros), blasfemar, orgía indecente, desprecio por el Estado y la vestidura real, conducta lasciva (¡qué dificultades!), vestimentas lascivas, ebriedad indecorosa, parto y sus dolores, enfermedades venéreas, relaciones sexuales entre blancos y gente de color (no se incluye a mestizos), instigación al crimen, exhibición de hábitos por las drogas, escenas prolongadas de brutalidad, ahorcamientos y ejecuciones, crueldad con chicos y animales, escenas antagónicas entre el Capital y el Trabajo, seducción sin frenos, noches de bodas sin frenos, operaciones ilegales, prostitución, incesto, epilepsia realista".

Ahí queda eso... Y aquí corto ya, me censuro, que estoy viendo que está siendo demasiado largo...

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