viernes, 13 de marzo de 2015

Kieslowski poliédrico

Debemos recordar al Krzysztof Kieslowski sobre todo en el tiempo en el que crece: Polonia ya pertenecía a la Unión Soviética y fue mediante su educación en Lodz, que Kieslowski no sólo se abrió camino en el arte cinematográfico, sino en el arte en general. La escuela de Lodz era la salida perfecta para aquellos jóvenes ávidos de querer descubrir más allá de una cortina de hierro y entrar en contacto con el cine internacional y la literatura global.

Estamos frente a la formación de un autor, del cineasta que busca separarse de los demás, del que se queja que en el cine todos se educan para hacer películas y no para ser diferentes. El mundo cambiaba y los sellos personales pasaron a ser reemplazados por marcas de fábricas, películas empaquetadas y realizadores escogidos.

Entre trabajos en el teatro y los estudios, consiguió un diploma en pintura escenográfica y posteriormente se gradúa con un documental titulado Ciudad de Lodz (1968). Empieza a trabajar en más proyectos, siendo su primer motor como director los documentales, como el de La fábrica (1971), que fue postergado en su primera exhibición debido a las ideas contrarias al proletariado. Luego vendrían cortometrajes como Primer amor (1974), ganador del Dragón de Oro en el Festival Internacional de Cracovia, o el telefilme El personal (1976), primer premio del festival alemán de Mannheim. Los años transcurrían a medida que sus trabajos iban siendo realizados, eso no lo desligó del teatro, en el cual también tuvo participación activa en varios montajes.

No sería hasta su filme La cicatriz (1976), cuando vería su imagen catapultada como una gran figura del cine polaco; vendrían luego más trabajos en televisión, telefilmes y por supuesto, su compromiso con los axiomas morales y su realización de El Decálogo (1988-90). Obtendría el reconocimiento internacional con el Festival de Cannes y su galardón con el premio especial del jurado gracias a No matarás, parte del conjunto de obras que encierra El Decálogo.

Debido a lo difícil de la situación económica en su lado de la cortina de hierro, la mayor parte de sus películas se verían forjadas en Europa Occidental, sobre todo en Francia, donde nacerían La doble vida de Verónica (1991) y la trilogía que llevó a Kieslowski al mito, Tres colores (Azul, Blanco y Rojo) filmadas entre 1993 y 1994.

Kieslowski falleció a unos escasos 54 años- Había anunciado su retiro de la dirección, pero no así del cine. Continuó trabajando en una nueva trilogía en base a la obra de Dante Alighieri y del cual, se han rodado los guiones titulados Heaven, llevado en el 2002 a la pantalla por el alemán Tom Tykwer, el mismo de Corre, Lola, corre y El perfume; L’enfer (2005), dirigido por Danis Tanovic y Nadzieja (Purgatorio) comandado por Stanislaw Mucha en 2007.

Tal vez el mito no nace con su obra, si no con su persona, Kieslowski siempre supo mantenerse humano ante todo y ese mito parte de la admiración. No es un dios de la creación, no es el dios de su decálogo, tan sólo fue un hombre que supo comunicar con el lenguaje más básico y universal, el de las imágenes. Supo decir aquello que nosotros guardamos al cerrar la puerta y mirarnos en el espejo.

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