miércoles, 18 de febrero de 2015

¿Sueñan los directores con películas eléctricas?

Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Frase mítica de Blade Runner. Pero antes de entrar en harina, vayamos al principio. Al Creador. Hablar de Philip K. Dick es hacerlo de uno de los grandes nombres de la literatura de ciencia ficción. Es hablar también de un filón para el cine en los últimos treinta años, puesto que se han adaptado para la pantalla varios de sus relatos, algunos con más fortuna que otros. Spielberg hizo una adecuada recreación de uno de sus relatos (Minority report) y Ridley Scott puso de moda a un autor que moriría poco antes de ver acabada Blade Runner, adaptación de su relato corto ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Otros venerables nombres como el de Paul Verhoeven también se han atrevido a utilizar al señor Dick como fuente de inspiración cinematográfica (Desafío total).



La obra de Dick se ha calificado de visionaria, fría, desprovista de sentimiento pero terriblemente cercana a una verdad que puede cristalizar en los próximos años. Probablemente tampoco se equivoquen aquellos que encuentran analogías en los mundos futuros que este escritor narraba en sus obras con aquel que le tocó vivir (y con el que nos toca en suerte también a nosotros). De todas formas ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? encontró una magnífica versión cinematográfica, aunque la película de Scott incidía algo más que el libro en aspectos llamémosle sentimentales. La película se aleja en algunos asuntos del relato de Dick aunque sigue siendo una alucinante pesadilla fantacientífica cuya principal premisa argumental es la tenue línea que separa lo artificial de lo natural, expuesta en la historia de un agente, Rick Deckard, que se dedica a cazar replicantes, androides con semejanza humana y lo que es más importante, con la capacidad de sentir, algo que les hace especialmente peligrosos para el statu quo imperante (una ciudad anclada en la mitad de nuestro siglo con cierto aroma a megalópolis nipona).

Eso en el terreno literario. Pasemos al celuloide. Ridley Scott (con la ayuda literaria de Philip K. Dick y la de Hampton Fancher y David Webb Peoples en el guión), no solo monta una magnífica intriga policiaca, sino que también se esmera en detallarnos un futuro tenebroso (¿por qué el futuro casi siempre es oscuro?¿miedo a lo desconocido?), esa megalópolis que ya de por si es un personaje en el que interactuan los demás. Analogía: lo mismo ocurría con la selva que describía Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas.

Fantasía distópica en un principio, Blade Runner va más allá. Interesante mezcla de géneros incomprendida en su tiempo (y aún hoy por mentes incapaces de ir más allá de tontadas sentimentaloides perpetradas por las majors de Hollywood que pueblan nuestros cines), Scott combina cine negro, acción, drama clásico (en el sentido grecolatino de la palabra), además de ser una obra multireferencial en varios aspectos (citas inspiradas en grandes de la literatura, partidas de ajedrez famosas, etcétera). La película (así como la obra literaria de Dick), es también una avanzadilla de mundos futuros que bien podríamos vivir/sufrir. De esa labor premonitoria participaron a posteriori películas como Inteligencia Artificial (basado en un relato de otro de los grandes de la literatura fantacientífica, Brian Aldiss), Minority report, Robocop, Brazil o la saga de Matrix. Muestras de anime como Akira, Ghost in the shell, Appleseed o Cowboy Bebop son totalmente deudoras del lenguaje cinematográfico de esta película.

Por otro lado, en la génesis de Blade Runner no solo confluyeron una buena materia prima (relato), con un guión atinado (obra más de Peoples que de Fancher) y un director en estado de gracia (que venía de despachar así como quien no quiere la cosa Los duelistas y Alien, el octavo pasajero). Y por otro lado, este film no sería el mismo sin la influencia de la obra de Moebius o Edward Hopper, que establecieron en gran medida el estilo visual de la cinta, más un sensacional trabajo de decorados de Syd Mead, unos efectos especiales avant garde a cargo de Richard Yuricich y Douglas Trumbull y la evocadora música de Vangelis. Cóctel perfecto que no gustó apenas al otro lado del charco en el 82 cuando la película se estrenó, pero que fue capital para que el mercado videográfico se desarrollara, porque fue ahí donde el film de Ridley Scott tuvo una segunda vida y donde se convirtió en objeto de culto.

Como prácticamente toda la obra de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es un fulgurante y directo relato que absorbe al lector desde la primera página con un comienzo impactante y demoledor y que te lleva por senderos que todo aquel devoto de la película de Scott debiera conocer. Película y libro se complementan. Son las dos caras de una misma moneda. Si tenemos al alcance de nuestra mano esta joyita literaria de la ciencia ficción, podemos ver, comparar y regocijarnos con el genio de un autor, de un genio esquizofrénico (sazonado con adicción a numerosas drogas) que se ha convertido a título póstumo en uno de los reyes de la narrativa de ciencia ficción y con cuya prosa nos llevó a través de las puertas de Tannhaüser para observar naves ardiendo más allá de Orión.

Naves más allá de Orión
Si hablamos de Blade Runner, tenemos que hablar de una producción llena de obstáculos. Fue tal infierno que su muy perfeccionista director aún sigue afinando una versión definitiva, pero lo cierto es que esta cinta ha llegado a la actualidad convertida en un clásico cuya sombría visión del futuro sigue generando dividendos. Y es que, en lo que es otro dato curioso en una película repleta de ellos, Blade Runner fue tras su estreno el 25 de junio de 1982 un fracaso en Estados Unidos, pues sólo recaudó en las salas catorce millones de dólares -la mitad de su presupuesto-, pero su apabullante éxito en el recién nacido mercado del vídeo doméstico la erigió en uno de los productos más lucrativos de la Warner. Es la segunda película más demandada del catálogo de la productora, tras Casablanca.

Una explicación al éxito en vídeo y DVD es que la cantidad y calidad de las imágenes que ofrece la película es tanta que muy pocos suelen conformarse con ver sólo una vez esta mezcla de cine negro y ciencia ficción protagonizada por Harrison Ford en uno de sus mejores papeles. Rodada en decorados humedecidos por la lluvia y la neblina que caracterizan esta película en la que apenas se ve el sol, Blade Runner unió bajo una hipnótica banda sonora de Vangelis el alma caótica de Nueva York, Londres, Bangkok y Hong Kong en un diseño visual mil y una veces imitado desde entonces y bautizado como ciberpunk, mezcla de tecnología y marginalidad existencialista. Tan deudora de la imaginación del dibujante Moebius como Metrópolis (1927), de Fritz Lang, la película se sitúa en 2019, mucho después del 1992 propuesto por Philip K. Dick en su relato corto en el que se basa, muy libremente, el guión.

Los principales problemas para Scott a la hora de sacar adelante el proyecto fueron los financieros. No sólo le despidieron una vez acabado el rodaje por sobrepasar el presupuesto (poco después se vieron obligados a readmitirle), sino que los directivos, en ningún momento se mostraron convencidos de que la película resultara comprensible. Un miedo que también afectó al propio Scott cuando tras los pases previos, el público y los críticos (que posiblemente, por la presencia de Harrison Ford, esperaba nuevas aventuras tipo La guerra de las galaxias) se quejaron por considerar la película enrevesada y pesimista.Todo ello llevó a productores y director a tomar una polémica decisión: eliminar un plano onírico que Scott creía fundamental, incluir una locución explicativa a cargo de Ford durante toda la película y alterar radicalmente el desenlace para hacer un final feliz, incluyendo idílicos planos de montañas tomados de descartes de la película El resplandor de Stanley Kubrick. A comienzos de los 90 el hallazgo de una copia de trabajo con el montaje original y su casual proyección en un pase público generó una oleada de entusiasmo popular. Entusiasmo que hizo que Warner olfateara un nuevo negocio: el reestreno de esta versión con el montaje del director y su lanzamiento en vídeo en 1992, en coincidencia con el décimo aniversario del estreno. Una fórmula que generó pingües beneficios y que en 2007 se trató de repetir con motivo del vigésimo quinto aniversario, ante el cual Warner Home Video se sacó de la manga una caja con varias de las versiones de la película. Y por si fueran pocas, Scott volvió a rodar planos para afinar de nuevo el montaje...

"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".

Ah, por cierto, en unos meses se estrena la segunda parte de la peli. Que un replicante nos machaque las neuronas, por favor.

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