jueves, 12 de febrero de 2015

No es otra película de terror


Hartos de sustos previstos con sus bandas sonoras manidas que acompañan cada sobresalto, de sangre fácil (y precisamente, no la de los hermanos Coen), de ouijas, monstruos desabridos, de slasher sin gracia ni concierto, se agradece una nueva vuelta de tuerca a los entresijos de los terrores que acechan escondidos en la mente humana. Terror cotidiano, cuasi invisible, pero desconcertante. Es lo que nos trae Babadook, película australiana de Jennifer Kent, que fue la agradable sorpresa del último Festival de Sitges.

Una madre con el trauma de haber perdido a su esposo, con un hijo al que no desea haber parido y que es un auténtico incordio, y con crecientes y severos problemas emocionales a causa de tal combinación. Con esos escasos recursos, Kent plantea un acercamiento a lo que precisamente no conocemos: la mente humana. Tan cercana y tan desconocida, que es precisamente lo que más nos aterra. Tomando un poco de El resplandor, un tanto de Misery, una pizca de El inquilino o Repulsión (ambas de Polanski), el film de Kent nos habla de los terrores cotidianos, de los traumas psicológicos, a través de un monstruo inventado que tiene su trasfondo de realidad. Es fantástico el trabajo de Essie Davis, como esa madre que se encierra en el mundo al que su hijo la lleva de la mano. Su transformación no desmerece a la de Jack Nicholson en El resplandor. Y lo peor de todo (¿o lo mejor?), es que nosotros la acompañamos de la mano hacia esa caída en las tinieblas.

Babadook decepcionará a quien espera una película de terror al uso, porque aunque hay sustos, lo que más asusta es esa madre en pleno viaje hacia el pozo de la locura. También asusta (mucho) ese niño realmente hostiable (gran trabajo del pequeño, todo hay que decirlo), pero el monstruo, no. El Babadook atemoriza, nos carga de suspense la atmósfera (apreciable diseño de producción), pero no vemos sangre, ni vísceras, ni manos en los ojos de los espectadores tratando de alejarse del horror de la pantalla. Quizás es que el márketing vendió una cosa y la obra de Kent da otra. Francamente, me quedo con lo segundo. Por primera vez en años, salí satisfecho de ver una “peli de miedo”, que no es tal, pero que sí acojona.

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