lunes, 20 de octubre de 2014

Moncho y la honra intacta

Libros abiertos. Literal y figuradamente. Mentes que también deben estarlo ante ejercicios de funambulismo teatral. Las cosas claras aunque sean dichas en palabras del Siglo de Oro. Combates por la verdad aunque estas oculten engaños; engaños que son finalmente vencidos mediante el temor y la risa. La vida resulta larga y con demasiada frecuencia, penosa para tener que centrarnos en ella pudiéndonos evadirnos con el teatro y sabiéndonos mejores personas (e incluso, creyendo que somos otros seres) entre las cuatro paredes de una sala. Y no importa que quien nos hable sea Tirso o Moncho Borrajo. Lo importante es que la palabra llega nítida y el mensaje cala.

Fueron dos noches de altura en el Teatro Moderno. La prueba palpable de lo que mejor funciona en Chiclana es la cultura, con sus más y sus menos porque no se puede sacar tanto rendimiento a tan escaso presupuesto. Dos propuestas de importancia que el público chiclanero no rechazó. Dos montajes que aunque no lo crean, tienen más de una cosa en común, porque si bien es cierto que Tirso de Molina podría haber lanzado dardos envenenados con su pluma a la situación actual que atraviesa España, Moncho Borrajo sería un magnífico hidalgo preso en alguna historieta de la picaresca tan del siglo XVII. Seguro que Quevedo lo hubiese querido como compañero de correrías y de pendencias varias.

Porque Moncho es un libro abierto. Habrá gente a la que no le guste lo que dice, pero lo que dice es lo que todos pensamos (casi siempre) en voz baja. Este país en el que tan demócratas fuimos de la noche a la mañana, hemos estado mal acostumbrados a callarnos más de lo que debemos, a no trastocar el statu quo, a no pisar callos con nuestros pensamientos puestos en verbo hablado. Hemos sido muy mojigatos y Borrajo desde que tuvo consciencia de ser Moncho, se ha ocupado de llenar ese espacio en blanco que nuestro miedo dejaba vacío. No es que uno esté orgulloso de que haya personas que se vayan de la función (mera anécdota a la que el gallego le supo sacar un jugoso partido), pero sinceramente, creo que es para sentirse orgulloso. Voy pisando callos sensibles. Pienso que la gente no está preparada (cuarenta años después de la Transición) para aceptar ciertas críticas con una sonrisa. Y eso pasa en la tierra del Carnaval de Cádiz. En fin...

Moncho es un libro abierto porque expone todo lo que sabe, todo lo que quiere, todo lo que anhela. Y lo hace con el cuchillo entre los dientes, con esperanza de cobrarse la pieza a cambio de la sonrisa del público. El público así lo testimonia de continuo. Moncho no nos deja indiferente, porque a él le causa perplejidad la situación política del país. Ya lo dijo él: "con lo que pasa, tengo para 20 espectáculos así". Y tampoco queremos exigirle que tire de la dramaturgia y de la sátira propias de un Darío Fo. No, Moncho Borrajo no es Fo, pero ni falta que hace. Moncho es expresionismo en sentido literal. Es el histrión perfecto porque sorprende, impacta, actúa sin dejar de ser él y siendo todos los personajes. Te mete en su espectáculo, te tritura y luego te despide con una sonrisa. Queremos más años de Moncho Borrajo porque es difícil encontrar, no ya en la escena española, sino en la calle, a alguien que mezcle sentimientos tan bien, alguien que pase de llamarte "maricón" con todas las letras (que palabra más bonita, oiga), a darte dos besos y azuzarte con pensamientos necesarios. Moncho es de esta época y de ninguna. Es Quevedo y todos nosotros. Por todo eso, por ser un libro abierto, debemos testimoniarle nuestro aprecio y gratitud.

De libros abiertos hablamos... Lo hubo también en el montaje que Factoría de Teatro puso en escena con El burlador de Sevilla, un libro abierto que, como preciosa y sencilla solución escenográfica, mostró lo esencial que es la imaginación para levantar cualquier tipo de montaje. La falta de complicaciones junto con unas interpretaciones de alabar. Tres actores se encargaron de poner en pie un clásico del Siglo de Oro que visto desde fuera, no resulta nada fácil, ni interpretativa ni técnicamente hablando. 



El burlador de Sevilla es una obra trazada con precisión quirúrgica, apoyada en un personaje principal paradigmático, colosal. Su narración vigorosa tuvo un feliz apoyo en un reparto en estado de gracia que supo salir airoso de un envite nada fácil. El dinamismo y la precisión en los cambios de personaje y de escena rayaron en la perfección. Y digo que rayaron porque a mitad de camino, hubo un momento en el que se caminó por el incisivo filo de la navaja. Hubo peligro de corte, pero rápidamente la representación alzó el vuelo para demostrarnos que Factoría de Teatro no se ha equivocado en su apuesta, que no es otro que la de modernizar sin ser modernos a la hora de acometer un clásico de esta envergadura. Apostar por las soluciones prácticas y por una interpretación solvente frente a "inventos" que hacen más daño que favores a algunos textos... y si no, que se lo digan al pobre de Shakespeare que ha tenido que "ver" como algunas de sus obras han sido encenagadas por montajes sin sustancia alguna, pero eso sí, ultramodernas. Demos un voto de confianza al periodo más lustroso de nuestra historia. El Siglo de Oro es, 400 años después, absolutamente reivindicable en su modernidad. Y los maravillosos actores de Factoría Teatro hacen honor a esta historia de libros abiertos y de engaños donde la honra, al final, queda intacta.

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