sábado, 4 de octubre de 2014

Dionisio Falso Aeropagita

Como cualquier día se levantó. Tempranito, que no es cuestión de ser tomado por haragán. Quizá hasta pudiera ser considerado como pecado el rezongar unos minutos más en el jergón. El Falso Dionisio Aeropagita, después de realizar unas abluciones y de comunicarse con Dios de forma íntima y personal, se sentó y con un cafelito cortao, se puso manos a la obra. Hoy tocaría hablar de estética, después de haber disfrutado de un sereno éxito con su libro sobre la categoría de los ángeles. Pronto se apresuró a tocar otros temas. "Estoy convencido de que la belleza es uno de los atributos de Dios. Así lo haré constar", dijo Pseudo Dionisio Aeropagita mientras daba pequeños sorbos al cortao, pues se había pasado con el fuego. Aquello quemaba, como le quemaban las incógnitas que le abrumaban por aquellos lejanos días. "Señor, no me dejes caer en el vano pozo de la ignorancia y el pecado", musitaba el hombre santo. Su duda venía dada por ignorar si hablando de la cercana relación entre los griegos clásicos y el incipiente cristianismo, incurriría en pecado mortal. Ya se sabe cómo se las gastaban en aquella época los seguidores de Cristo en Bizancio. Si bien no había ya gusto por mandar a los leones a los malos pecadores, había otras formas no menos tajantes de provocar la expiación de los pecados a aquellos que osen ir contra las enseñanzas del Evanescente.



Pero sigo que me disperso. El Falso Dionisio Aeropagita estaba hoy inspirado. Escribiría una lúcida teoría en la que mezclaría neoplatonismo, con pensamiento cristiano y todo ello pasado por la Estética. Ah, cuánto se hubiese alegrado nuestro amigo de saber que los tomistas, habrían tomado sus enseñanzas como punto de partido en su pensamiento posterior. Él simplemente se limitaba a pensar que ayudaba a la sociedad arrojando luz sobre estas cuestiones que claro está, tanto preocupaba al bizantino de a pie.

Amagando los últimos estertores del café, Pseudo Dionisio Aeropagita comenzaría luego a escribir una misiva. Pero antes, súbitamente sufrió un tranquilo ataque de misticismo. Puso los ojos en blanco, se quebró sobre el taburete donde escribía y se elevó unos centímetros, efectos estos que son de claro lucimiento en tales manifestaciones espirituales. Aún así, quedó extenuado y pensó que quizás, tomar unas uvas reconfortaría su ánimo. Así lo hizo. 

Recuperado del éxtasis, llamó a su sobrino, chico taimado y de bondad infinita, para que hiciera llegar su carta al bibliotecario mayor, encargado de salvaguardar el saber de la ciudad. El chico volvió con una duda que fue trasladada de inmediato a su tío.


-Tío, el bibliotecario me ordena comunicarle que no puede recibir y catalogar su escrito.
-¿A qué se debe tal desatino, amado sobrino?
-Mi señor no ha firmado la misiva. Ni siquiera como remitente.
-Cierto.
-¿?
-¡!
-Aunque le conoce y también sabe de mi existencia y de mi relación familiar con usted, dice que debería proceder a signar sus escritos para legarlos a la posteridad, función para la que él está fehacientemente titulado.
-No lo haré.
-Pues...
-Nunca creerían que yo firmé aquellos textos.
-Lo tomarán por farsante, tío.
-En verdad os digo que de aquí en adelante me tomarán por Dionisio Aeropagita, porque escribo clavaíto a él. Qué más da que me tomen por farsante si al final voy a tener entrada propia en la Wikipedia.

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