lunes, 11 de agosto de 2014

El pecado de no ser Darío Fo


Podríamos hablar de la crítica que subyace en todos los textos de Darío Fo, de su genialidad para usar el absurdo y la sátira en textos que transgreden convenciones sociales y provocan incomodidad en las élites dominantes. Podríamos hablar de la evidente carga política de esos escritos y de la actualidad que rebosan a pesar de que algunos hayan sido publicados hace tres décadas. Pero simplemente vamos a hablar de lo divertido que puede llegar a ser el Nobel de Literatura… cuando hay una compañía como Suripanta que sabe de qué va esta cosa del teatro.

El secuestro de la banquera, dirigida por Esteve Ferrer y presentada en el Moderno por los extremeños Suripanta, es un lujazo, un regalo a todos los que pudimos ver un montaje hiperbólico, exagerado, verborreico, exaltado, dinámico, grotesco. Una obra bien montada y mejor ejecutada a pesar de lo dificultoso de poner en escena un texto denso pero divertido, crítico pero hilarante. El elenco, a la altura, con un trabajo previo digno de encomio. Esas réplicas que entran a tiempo en un texto que se sucede a la velocidad de una ametralladora son gloria bendita para el amante del teatro. Incluso supieron salir de algún jardín (se nota que es la primera vez que se hacía ante público y aún hay que pulir detalles) con cierta gracia y elegancia.

Soy de los que piensa que la crítica, si es con humor, entra mejor. Y Fo en eso siempre ha sido un maestro demostrándolo hasta en sus obras con un trasfondo más dramático, como por ejemplo hizo en Muerte accidental de un anarquista. Se agradece el humor en tiempos tan tenebrosos. Si sumamos Fo + Texto brillante + Montaje sencillo pero efectivo + Reparto en estado de gracia tenemos un espectáculo de categoría. Un aplauso a estos actores que se han metido hasta el tuétano en unos personajes que a simple vista pueden parecer de muy bajo perfil pero que esconden segundas y terceras intenciones. Lo de Fo también es admirable en su trabajo con los arquetipos. Otro en su lugar, hubiese apostado sobre seguro y no se hubiese metido en definiciones severas de personajes como “el ladrón” o “la banquera”, pero el dramaturgo italiano sabe hacer fácil lo difícil. Por eso funcionan tan bien esos personajes. La sencillez como marca de algo bien trabajado.

Mi pena al terminar la función (por cierto, doblemente reivindicativa en su final), es sentirme pequeño, un don nadie ante la magna figura del señor Fo. Ahora envidio aún más el querer ser como él y lamento ser un pecador que no llega a ser suficiente creyente en su dogma teatral por simple incapacidad. Que Talía me coja confesado.

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