viernes, 17 de junio de 2011

GUERRA DE PRECIOS EN LA INDUSTRIA TABAQUERA

H
ace unos años estuvieron a punto de convencerme de lo bueno que era el tabaco. El culpable fue Nick Naylor... Bueno, en realidad la culpa fue del guión donde aparecía este personaje de una película llamada Gracias por fumar. El tal Nick Naylor era un ejecutivo contratado por las tabaqueras para poner en marcha una campaña en pos de prestigiar el consumo del tabaco. Y la verdad es que te convencía... a pesar de las zonas de oscuridad que también aparecían en la historia.



La publicidad siempre ha estado unida a la industria tabaquera. Hasta que a mediados de los 90, los gobiernos empezaron a recortar el ámbito de propaganda para este sector, las tabaqueras hacían su agosto ganando adeptos a la causa fumatoria. La escasa regulación del mercado provocó varias guerras de precios entre las grandes tabaqueras, que ahora se reproduce en España debido a varios factores: bajada de las ventas (la Ley Antitabaco, en vigor desde el 2 de enero pasado tiene mucho que ver en ello), la subida de impuestos al tabaco, y la necesidad de ganar más cuota de mercado en un mundo donde la competencia es feroz.

El estallido de esta nueva guerra de precios en el sector del tabaco comenzó con la bajada del coste de los productos de Philip Morris, dueña de Marlboro y Chesterfield. Saltaron las alarmas en el Gobierno, que está estudiando ya una subida impositiva para frenar las rebajas. El Ministerio de Hacienda tenía previsto recaudar este año 780 millones con los impuestos especiales del tabaco, pero la caída de las ventas ha provocado que tan sólo hasta abril se hayan recaudado ya 160 millones menos. El Ejecutivo parece dispuesto a tomar medidas, aunque no está claro todavía cuál podría ser el recargo fiscal y cuáles son los impuestos que se modificarán.

El 80 por ciento del precio del tabaco va ya actualmente a las arcas de Hacienda, pero hay varias tasas que gravan la cajetilla. Además del IVA (18 por ciento), hay dos impuestos especiales: uno ad valorem, que equivale al 57 por ciento del precio final, y otro específico, de 25 céntimos por cajetilla. Hace cinco años, tras desencadenarse la anterior guerra de precios, se aprobó además un impuesto mínimo, que está fijado ahora en 117 euros por cada 1.000 cigarrillos, o lo que es lo mismo, 2,34 euros por cajetilla. Si una empresa decide vender su tabaco barato y la suma de los impuestos especiales no alcanza esa cifra, se le aplica entonces ese mínimo.

En teoría, y teniendo en cuenta que hay que pagar además un 8 por ciento de comisión a los estancos, resultaría imposible vender por debajo de 3,66 euros cada cajetilla. Pero en la práctica, sí se hace. De hecho, Fortuna, Chesterfield, Winston o Lucky Strike se están vendendiendo a 3,50 euros por cajetilla, mientras que otras de un segmento algo más bajo, L&M y Pall Mall, están ya a 3,30 euros.

Philip Morris ha abierto esta nueva batalla y está llevando su rentabilidad al límite con tal de arañar más cuota de mercado y estrechar la diferencia de precios con la competencia, lo que ha obligado a los demás a responder, golpeando así al Gobierno donde más duele, en la recaudación. ¿Cuál es el siguiente paso que tiene que dar el Ejecutivo para impedir el desplome de precios? ¿Aumentarán los adeptos a la “comuna tabaquera”? ¿Qué pasará con la Ley Antibabaco?

Créditos: youtube.com

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