miércoles, 13 de abril de 2011

OCHENTA AÑOS


M
e hace gracia, mucha. Aquellos que buscan por todos los medios que parte importante de nuestra historia y nuestra dignidad quede enterrada bajo la pesada losa de la indiferencia y de iniquidad, son también los que están continuamente revisando la historia de un periodo que fue paradigmático en muchos aspectos y que terminó de la peor de las formas posibles: con un enfrentamiento bélico entre compatriotas.

En realidad, no me hace ni chispa de gracia. Cuando veo que en países como Alemania se juzgan a los responsables de la dictadura nazi, se persigue el enaltecimiento de esa ideología, cuando veo que los rusos han ajustado cuentas con los crímenes de Stalin, cuando en Argentina o Chile se buscan a los desaparecidos y a los muertos para ofrecerles dignidad, la esperanza de que haya justicia crece por momentos. Pero la indignación pesa más cuando pensamos en esta España en la que una parte de la clase política, la sociedad y los jueces, imponen un bochornoso silencio y un laissez passer de un asunto que es de vital importancia, como el de ser justos con quienes sufrieron en una época reciente de nuestra historia.

Mucho se ha escrito de la Segunda República, a favor y en contra. También en Alemania o en Italia se ha escrito bastante sobre el nacional-socialismo o sobre los fascio, pero allí impera una corriente historiográfica que no relativiza, que no interpreta, sino que alumbra el camino de la verdad. En España todo lo politizamos en exceso, incluso con los muertos, a los que hemos instrumentalizado en demasía. ¿Por qué en ciertos sectores crea tanta desazón que se busquen a los desaparecidos? ¿Por qué esta nueva persecución contra los que no pensamos de cierta manera?

Se cumplen mañana 80 años de la proclamación de la República, una efeméride que tiene que ser recordada por cuanto de importante tiene en la sociedad actual. Fue la II República el primer momento real de democracia que vivió este país, sumido en un caos y desazón extremos (agotamiento del sistema político larvado por corruptelas, dictaduras “light” patrocinadas por el rey, una sociedad cansada de sus dirigentes, una España sin rumbo), y debemos extraer lo positivo de aquella experiencia para poner en valor lo que la Transición y estos 30 años largos de democracia nos han regalado. ¿O es que estamos tan ciegos como para obviar la realidad?

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