domingo, 8 de agosto de 2010

EL PODER DE LA COMUNICACIÓN...


O
la incapacidad para ello. Los políticos tienen a veces un grave problema para poder transmitir a la ciudadanía lo que están haciendo. En plena era dominada por las nuevas tecnologías, en el mundo de internet, nuestros representantes, por exceso o por defecto, apenas sacan partido al poder de la comunicación.

Uno de estos ejemplos lo hemos tenido en los últimos meses en los que la polémica ha perseguido la tramitación parlamentaria de la nueva Ley del Aborto (la nomenclatura oficial es mucho más larga y abigarrada para dar a conocer lo que en verdad es). Una vez más, la torpeza del Gobierno central y de sus gabinetes de prensa ha entorpecido el ofrecer un mensaje diáfano a la ciudadanía sobre los elementos claves de la nueva legislación. Esto ha sido aprovechado por el lobby pro-vida para arremeter con saña y altas dosis de demagogia contra una normativa que equipara derechos con la mayoría de países europeos (curiosamente, varios de ellos gobernados por la derecha, caso de Alemania o Austria), y que avanza en una dignificación del papel decisorio de la mujer en cuanto a la interrupción del embarazo. Eso es, asépticamente, lo que dice la nueva ley. A posteriori, pueden llegar los debates sobre qué es moral y qué no lo es, aunque en estos casos, conceptos más ligados a las creencias religiosas personales de cada uno, no deberían interferir el normal discurrir de la vida legislativa.

Los canales de la información del Ejecutivo han vuelto a fallar. El Ministerio de Igualdad, que dirige Bibiana Aído, no ha sabido contrarrestar las críticas con una explicación pausada, clara y escalonada de los preceptos recogidos en la nueva legislación. Con la multitud de posibilidades de hacer calar los mensajes entre la población, resulta casi imposible de creer que el Gobierno haya fallado tan clamorosamente como ha sucedido en esta ocasión, que no es la primera y que tampoco será la última. En la actual democracia está demostrado que el poder de la información está del lado de quien sabe manejarla... o manosearla.

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