domingo, 11 de julio de 2010

AMBIGUEDAD, MEDIOCRIDAD Y PANCARTISMO


C
uatro años de debates para tener ahora sobre la mesa un apaño a medio camino entre el parche y la evolución del estado autonómico. La sentencia del Estatut de Cataluña ha dejado satisfechos a unos cuantos y ha soliviantado a la mayor parte de la clase política catalana que la ha tomado como un insulto a su autogobierno (puede ser que el enfado venga más por la larga espera y la mediocre sentencia, que por el fondo en sí del razonamiento del Tribunal Constitucional). Barcelona fue ayer escenario de una marcha de protesta en contra de lo que la izquierda catalana considera un ataque a ese autogobierno. Sin embargo, hay aquí puntos para la discusión.

Se ha tensado demasiado el escenario pre-estatutario. Las desmesuradas ansias soberanistas de partidos como ERC han mediatizado un panorama al que los otros socios del tripartito catalán se han visto abocados. Eso ha dejado una sensación de rupturismo en el resto del país, circunstancia que ha sido aprovechada por el Partido Popular, que con aviesas intenciones, interpuso recurso de inconstitucionalidad. El TC enmendó la plana a los populares desmantelando sólo tres elementos completos: la descentralización del aparato de Justicia, la competencia exclusiva del Síndic de Greuges frente al Defensor del Pueblo y el blindaje de las competencias autonómicas. Rechaza de forma parcial otros, como el uso preferente del catalán, simbología y bilateralidad, así como algunos aspectos menores del modelo de financiación. Los impugnantes han recibido un sonoro varapalo, pero el PP (el partido que en ocasiones ve fantasmas donde no los hay), se ve ganador de la contienda.

Por último, la sentencia de los magistrados del TC es farragosa, vaga, inconexa y deja peligrosos cabos sueltos que en el futuro pueden pasar factura. Ha sido un pronunciamiento que ha cerrado en falso la polémica. Con tono receloso, la sentencia bendice mayores cuotas de autogobierno (que en el fondo se trata de eso), pero no espanta los fantasmas de un melón soberanista que sigue abierto... con el peligro que eso conlleva.

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