lunes, 17 de mayo de 2010

PECULIO Y FE


L
a batalla ha finalizado. Las huestes de uno y otro se retiran, unas victoriosas, otras decepcionadas con una derrota sin paliativos. Lo demás importaba poco. Es la magia de ese deporte que mueve masas (incluso, de dinero), llamado fútbol y que por fin ha llegado a su clímax con un final apretado después de 38 jornadas exigentes para todos y en especial, para los dos equipos que se han disputado el título.

Barcelona y Real Madrid han sido los protagonistas de este campeonato. Uno, venía con la vitola de ser el mejor equipo del mundo. Seis títulos en un año le avalaban. El otro, a golpe de talonario había juntado a un ramillete de estrellas y se postulaba como el candidato ideal para arrebatar al Barça su condición de equipo-guía del fútbol patrio. Pero a pesar de haber cosechado unos números de campeón (96 puntos, 102 goles a favor) y de tener en nómina a dos goleadores excelsos como Cristiano Ronaldo y Gonzalo Higuaín, los merengues se han quedado con las ganas y un nuevo proyecto de Florentino Pérez se ha ido a pique por culpa de un equipo construido con las bases de la sensatez y sostenido por un Pep Guardiola, convertido ahora en el faro que todo lo alumbra no sólo en el fútbol español, también en el internacional.

Dos modelos se han enfrentado. Siendo superficiales podríamos apelar a aquello de que la cantera ha ganado a la cartera. No es cierto. Hace unos días, un periodista extranjero escribía que mientras que el Madrid tiene detrás a los aficionados, el Barcelona tiene detrás todo un pueblo. Cuestión de caracteres también en la faceta deportiva. Mientras Guardiola se ha hecho amo y señor de esta parcela, en la capital de España el presidente teme perder su vena intervencionista. La luz constante de este Barça no se ha apagado por los valores en los que ha insistido una y otra vez un Guardiola, todo humildad y perseverencia. Los objetivos se alcanzan cuando los deseas y los jugadores blaugranas han sido los que más lo han querido.

La fe ha vuelto a demostrar su poderío, a fin de cuentas, frente a la arrogante posición del vil peculio.

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