martes, 4 de mayo de 2010

LA PALABRA AMORDAZADA

E
ntre dos bandos en conflicto, pasan cosas. Historias cotidianas desapercibidas, ignotas, notas a pie de página de esta magna obra que es la vida. Son hechos poco destacables por cuanto no protagonizan los grandes titulares en los medios de comunicación. Entre dos bandos en conflicto, al lado de los civiles están ciertas personas que se juegan el tipo trabajando en una pasión... que a veces lleva a la ruina personal más absoluta.

Con una cámara de televisión al hombro... con una de fotos colgada a modo de bandolera. Con lápiz y papel a mano... Da igual. Lo que siempre está alerta es el instinto... el de supervivencia, para que el otro (el asesino), no alcance a aquel que se levanta cada mañana no con el interés de "ganarse las papas", sino de contar lo que el mundo no sabe, lo que el mundo no conoce. Se "ganan las papas" y se juegan la vida en el intento, pero ahí están ellos: miles de periodistas que aprenden en la redacción más dura de todas, en la que el fallo más mínimo puede dejarte sin libertad... o muerto.

Nueve reporteros han muerto este año y 165 han sido encarcelados. Otras 120 personas han sido detenidas por usar internet como medio de expresión. Corren malos tiempos para un tipo de periodismo que se aleja mucho de lo que se practica hoy en redacciones, acostumbradas a ir con el piloto automático puesto. Es buena ocasión por tanto de reivindicar y recordar el trabajo del PERIODISTA, tan denostado, por lo que tiene de conexión entre la realidad de ahí afuera y el acomodo al que estamos acostumbrados. La libertad de expresión es un bien escaso a merced del mercadeo de corruptelas y traiciones a los derechos humanos. En países como México, Colombia, Rusia, Birmania y tantos otros, pueden dar fe de ello. Sin embargo, la autocensura aplicada en muchos países del llamado Primer Mundo es un cáncer pernicioso para la profesión que diluye los principios esenciales: ya saben, eso de contar cómo está el mundo. Debemos entonar todos un mea culpa general si queremos dejar de emponzoñar los parámetros en los que se mueven los profesionales de la información.

Llega un punto en el que la verdad como fin último de nuestro trabajo diario, ha dejado de ser una prioridad, para convertirse en un peligro. Triste realidad para una profesión que ya sea en un país en conflicto o en el calor de una redacción cualquiera, mantiene a sus operarios atrincherados (diferentes tipos de trinchera, eso sí). Hay demasiadas cosas de las que protegerse.

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