miércoles, 3 de febrero de 2010

DESLENGUADOS


N
o. No voy a caer en la tentación de hablar de Espe y de sus ¿lapsus linguae? al acordarse de la madre de alguien al que no quería ver en el Consejo de Caja Madrid, como tampoco voy a especular sobre a quién iban dirigidas esas lindezas más propias de patio de instituto que de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. Podría hablar también de lo lenguaraz que se ha mostrado el ministro Corbacho estos días hablando de retrasar la jubilación hasta los 67 años (yo que me había hecho la ilusión de dejarlo un poco antes y retirarme lejos del mundanal ruido), o de las respuestas procedentes de los sindicatos o de la oposición sobre esa opción (Rajoy, claro está, ha dicho que la propuesta es mala pero de alternativas “res de res”).

Ahora que hablamos catalán en la intimidad del negro sobre blanco periodístico... El lunes los cines de Cataluña no abrieron. Avatar dejó por un día de ganar dinero, Sherlock no pudo continuar sus pesquisas, Penélope Cruz descansó de sus extenuantes bailes y George Clooney no pudo pillar otro avión para despedir a alguien. Todo por el catalán. Por la obligación de doblar a esa lengua co-oficial, un tanto por ciento de las películas estrenadas en aquella comunidad. La propuesta de la Generalitat es otro granito más que sumar a la montaña de lo que no debe ser una política de convivencia pacífica de las lenguas del estado.

Echando mano de la Constitución, el catalán tiene que tener su sitio. Debe ser promovido, enseñado, estudiado y evolucionado. Pero esa evolución no llega de la mano de obligar a la industria del cine a adaptarse a marchas forzadas a un escenario que tampoco es deseado por la mayoría de la población. La suerte que tienen los catalanes de ser bilingües les hace ser capaces de entender tanto el castellano como el catalán. Que me cuelguen si esa no es la definición de bilingüe. Por lo tanto, si en Cataluña ya existe una cuota de películas dobladas a su lengua vernácula, el tripartito no debería esforzarse en “caer mal” al resto del estado español con medidas tan impopulares como ésta... o como la de obligar a instaurar la rotulación en establecimientos también en la lengua de Ausiàs March (o de Joan Brossa, no me vayan a echar en cara los valencianos que el caballero gandiense no nació más allá del Delta del Ebro).

El caso es que tanto una medida (la del doblaje al catalán), como la otra (lo de los rótulos), parecen superfluas e innecesarias en los tiempos que corren, en el que el catalán -y lo mismo podemos decir del gallego o el euskera-, no está en peligro de desaparecer, sino todo lo contrario. La lástima es que la mala percepción de este escenario por parte de algunos políticos catalanes (Montilla y los que lo sostienen en la Plaça de Sant Jaume), pueda hacer daño a un arte, a un forma de cultura, a una industria que genera mucho negocio, como es el cine. Esperemos que la sala de un cine no tenga que volver a quedarse a oscuras por esta "falta de luces" de los políticos.

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