martes, 20 de octubre de 2009

LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ


V
a a resultar que es un “tesoro oculto”, algo que estaba ahí, que todos sabemos que está ahí, pero que en resumidas cuentas, no conocemos aunque sepamos de su existencia. Estamos con lo de siempre, con que no valoramos lo que tenemos y que los que vienen a visitarnos conocen más lo que una ciudad como Albacete puede ofrecer.

La mañana del domingo fue atípica. Tras el desayuno, decidí encaminarme a descubrir ese “tesoro oculto”. Llevo ya un tiempo en esta ciudad como para decidirme a conocer un sitio que tenía a tiro de piedra y que resume entre sus paredes, buena parte de la historia social y económica de la villa. Previo pago de la entrada, me adentré a conocer los secretos de la que ha sido hasta hace bien poco la principal industria albaceteña. Por fin estaba en el Museo de la Cuchillería y de lo primero que me sorprendí fue de lo animado que estaba aquello. Bastante gente en sus instalaciones, aprovechando el soleado domingo para “culturizarse” un poco.

La segunda parte vino echando un vistazo somero a las instalaciones y a cómo está montado el museo. En estos casos suelen darse dos casos: uno, que no haya un proyecto museográfico definido y que el caos impere en la muestra, o que exista un hilo conductor que introduzca los contenidos a los visitantes. Aprueba con nota en este aspecto el museo cuchillero, porque además tampoco agobia con la información que ofrece. Exacta, justa, precisa y divulgativa.

La navaja, el cuchillo, el punzón, la puntilla... Todos estos objetos que han dado fama a Albacete durante siglos son los protagonistas. Desde la obtención de las materias primas hasta el uso cotidiano, pasando por las expertas manos del artesano que moldea el metal, afila la hoja y embellece el producto final que debe llegar a las manos del comprador. Artesanía en estado puro que gracias a la muestra que se hace de los utensilios de labor, llega al visitante para hablar de un tiempo pasado en el que algunas de las calles más céntricas de la ciudad estaban pobladas de talleres, de maestros y de aprendices.

Las nuevas tecnologías también se implican al servicio de la cuchillería y de su museo, un punto que le da a este edificio un aire innovador que pretende enlazar el vetusto oficio con las posibilidades de futuro. Sí, sí, futuro. Porque quizás la enseñanza más importante que se saca de una visita a este museo es que la cuchillería tiene vocación de futuro, y de eso se encargan entidades cono la Escuela de Cuchillería Amós Núñez, que desde hace unos años viene haciendo una labor loable para que este oficio no desaparezca. Nuevas generaciones se vienen formando en estos años para continuar con la más perfecta tradición albaceteña.

Terminada la visita, llega la reflexión, obvia por otro lado en una ciudad donde el patrimonio histórico ha ido desapareciendo paulatinamente. ¿Por qué somos tan cazurros como para colgarle el cartel de deshechable a oficios tradicionales, a industrias del pasado, o a nuestro patrimonio (ya sea oral, escrito, arquitectónico o artístico? Pasa aquí y en muchos sitios. Por ejemplo, se confunde el progreso con el terrorismo estético y tomando este camino nos quedamos poco a poco sin las esencias que han hecho a ciudades como ésta, ser lo que es. ¿Qué quedará de Albacete si el tiempo se lleva lo que tenemos?

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