jueves, 1 de octubre de 2009

LA BELLA DECADENCIA DE PÈRE LACHAISE


T
iene algo de cautivador, de misterioso, de decadente (en el sentido romántico y no peyorativo del término), de místico… y por qué no decirlo… de encantador. El cementerio parisino de Père Lachaise, convertido hoy en una de las mayores atracciones turísticas de la capital francesa (sí, sí, créanlo, más de dos millones de visitantes al año), es un lugar atrayente por la mezcla de espacio público en el que se conjuga la paz y tranquilidad (nunca mejor dicho), con la posibilidad de encontrarse a un ramillete de personajes famosos, eso sí… todos muertos y enterrados.

Hagamos un poco de historia. El nombre dado al cementerio es un homenaje a François d’Aix de la Chaise, conocido como el Père la Chaise, confesor de Luis XIV, ese Rey Sol en el que se creía encarnado el estado absolutista. El 21 de mayo de 1804, el cementerio se abrió oficialmente para una primera inhumación, la de una pequeña de cinco años. Sin embargo, no fue bien aceptado por los parisinos en un primer momento, que no querían descansar eternamente en las afueras de París. Sin embargo, con el crecimiento de esta urbe, Père Lachaise prácticamente está ya en el centro de París.

Al ser transferidos al mismo los restos de algunos personajes de gran prestigio, la élite parisina le concedió su beneplácito e incluso pidió ser enterrada allí. Tras su apertura, el cementerio de Père Lachaise ha sido ampliado en cinco ocasiones: en 1824, 1829, 1832, 1842 y 1850. Esto le ha permitido pasar de 17 hectáreas y 58 divisiones a 43 hectáreas y 93 divisiones, que contienen unas 70.000 tumbas y más de 5.300 árboles.


Lo nunca visto y pensado. Por lo menos para nuestra carpetovetónica concepción de cementerio: es normal que los parisinos vayan allí a pasear, a sacar a su perrito o simplemente a leer en un precioso día soleado en los bancos de alguna plazoleta que sirven de nexos de unión de las divisiones existentes en este camposanto.

Père Lachaise es el cementerio más grande de París intramuros. Está situado en el XX distrito (los bohemios arrondissements parisinos) y sitúa su origen a principios del siglo XIX, cuando se construyeron varios cementerios con el fin de reemplazar a los que por entonces existían en la Ciudad de la Luz. En las afueras de la capital se situaron: al norte, el de Montmartre; al este, el de Père Lachaise; al sur, el de Montparnasse y en el centro de la urbe, el de Passy.



Lo cierto es que una ciudad con la riqueza monumental de París no podía dejar que sus cementerios fueran simples lugares de enterramiento. No valen nichos o sepulturas rodeados de aburridos cipreses. Père Lachaise se concibe así como camposanto, parque, lugar turístico, monumento nacional y espacio para el recuerdo. Individual y colectivo. Porque este cementerio lleva implícita la memoria del horror y el sufrimiento no sólo francés, sino también europeo. Absolutamente conmovedoras (y a veces desgarradoras), son sus esculturas conmemorativas a los franceses que lucharon en España en las filas de las Brigadas Internacionales o a los españoles que formaron parte del ejército aliado que se enfrentó a la Alemania nazi. El vívido recuerdo a los aniquilados en los campos de concentración de Hitler también conmueve al visitante. Hay también espacio para recordar la historia negra del país vecino como por ejemplo en el Muro de los Federados o de los Comuneros, donde en 1871 fueron ajusticiados 147 dirigentes de la Comuna de París (aquel intento por crear un gobierno popular y federal en Francia).



Pero Père Lachaise, cuya concepción le fue encomendada al arquitecto neoclásico Alexandre Théodore Brongniart, es esencialmente conocido y visitado por ser el lugar donde descansan los restos mortales de muchas personalidades del mundo de las letras, la música, la pintura, el conocimiento histórico, etcétera. Así, entre sus callejuelas estrechas y a la sombra de vetustos árboles podemos encontrarnos las tumbas del cantante de The Doors, Jim Morrison, de la gran Édith Piaf, de Gilbert Becaud, de la pareja formada por Simone Signoret e Yves Montand, de Molière, Marcel Proust, Oscar Wilde, Georges Bizet, Frédéric Chopin, Guillaume Apollinaire, Miguel Ángel Asturias, Honoré de Balzac, Georges Méliès, Amedeo Modigliani, Gioacchino Rossini, los amantes Abelardo y Eloísa e incluso el que fuera Príncipe de la Paz, el español Manuel Godoy. Hasta hace poco también se podía visitar (de hecho el lugar físico aún existe), la tumba de la gran Maria Callas, pero sus cenizas han sido trasladadas a Grecia.

Turismo de masas
Las sensaciones son extrañas en este lugar. Al respeto de estar en un cementerio, se une el desconcierto de pasear por un “sitio turístico”. Aunque quieras, no te puedes resistir a hacerte una foto con Jim Morrison u Oscar Wilde, genios de lo suyo y admirado por legiones de admiradores. La mitomanía (con un punto necrófilo, todo hay que decirlo), alcanza sus cotas más increíbles en este lugar, al que un extraño magnetismo te invita a volver. Naturalmente que habrá quien se sienta incómodo o cohibido en este lugar, pero Père Lachaise llega a hipnotizarte cuando divisas a lo lejos una maraña de tumbas, mausoleos y enterramientos.

Gentes de las clases altas con sepulturas de humilde condición. Famosos con desconocidos. Cristianos con musulmanes, judíos, sintoístas, etcétera. El ejemplarizante laicismo francés (ese que Nicolas Sarkozy quiso cargarse), tiene un buen ejemplo en este lugar. Te vas de Père Lachaise con dos cosas claras: que quieres volver y que en ese cementerio, un lugar a priori de muerte, de bella decadencia, sales vivo… pero que muy vivo.

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