viernes, 25 de septiembre de 2009

EL INVIERNO EN LISBOA (Y LA PRIMAVERA, Y EL VERANO,...)



D
onde acaba el mar y la tierra comienza. Así definió José Saramago, el único premio Nobel de las letras portuguesas, a la ciudad de Lisboa, un lugar en el que te sientes a gusto desde que tocas por primera vez su suelo. La antigua Olisipo de los romanos, la Lisboa manuelina que siendo mascarón de proa del incipiente imperio portugés se midió en fuerza y poder con la Castilla de los Reyes Católicos y que posteriormente puso sus miras comerciales en el sudeste asiático, la ciudad que miraba al Atlántico desde el estuario de su Tejo (nuestro Tajo) con el aroma de esa bellísima Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura de Salazar el 25 de abril de 1974, la capital que se abrió a Europa con la necesidad de ser reivindicada como una de las grandes urbes. La Lisboa fadista y a la vez moderna que huele en los rincones de los barrios de Alfama o del Chiado a Eça de Queiroz, a Lobo Antunes, a Fernando Pessoa o incluso al propio Saramago.

Llega uno a la capital portuguesa con el interés de pasear. No es Lisboa, un Londres, un Nueva York, ni siquiera un Madrid, en donde la agenda de sitios que contemplar te lleva cual japonés armado de Nikon para cumplir con los horarios de visita. El paseo reposado, la observación de detalles, la apertura de sentidos, se torna esencial en un recorrido por las angostas y laberínticas calles lisboetas. Si no es así, olvídese amigo lector, de conocer aunque sea levemente la capital del país vecino.

La entrada de Portugal en la Unión Europea (en 1986, a la par que España), supuso una apertura esencial para todo el país y para su principal ciudad. Los lisboetas son ahora gente acogedora, sin lugar a dudas sabedores de que las remesas que entran en el país a cuenta del creciente turismo, es una de sus tablas de salvación, algo que en un país en el que la crisis económica empezó antes que en el resto del mundo, se torna esencial.

El consejo es ese. Lleguen a Lisboa y paseen con tranquilidad. Háganlo por la magnífica Avenida da Liberdade desde su extremo norte, junto al enorme parque de Eduardo VII (lugar cercano al escogido por El Corte Inglés para instalar su primer establecimiento fuera de España), hasta la zona de Restauradores y Rossio (cuyo centro neurálgico se localiza en la animosa Praça do Pedro IV). Es este uno de los núcleos comerciales de la capital y auténtico centro administrativo lisboeta, que nos deja a los pies del Terreiro do Paço, lugar donde se encuentra la majestuosa Praça do Comercio. Este fue el punto inicial donde el urbanista marqués de Pombal inició la reconstrucción del barrio de Baixa tras la destrucción de la que esta zona fue objeto con el maremoto de 1755 (que también afectó a ciudades españolas como Cádiz).

El Terreiro do Paço ocupa lo que hasta inicios del siglo XVIII era el palacio real, lugar donde los reyes de la dinastía manuelina trazaban nuevas líneas comerciales donde el interés económico de los portugueses era la moneda de cambio habitual. Baixa aparece acontinuación con un plano reticulado de calles que acaba en Rossio y la Avenida da Liberdade, verdaera arteria vertebradora de la ciudad.

La Lisboa monumental
Desde Baixa se hace obligada una visita al Bairro Alto y al Chiado (este último fue profusamente reconstruido después del pavoroso incendio que sufrió en 1988). Un paseo por la Praça Luis de Camoes o por la rua Garret es esencial para comprobar la vida de una ciudad como Lisboa, últimamente muy ligada al turismo. La Lisboa añeja (con monumentos tan impactantes como el convento do Carmo, semi destruido en el maremoto de 1755 y que actualmente aloja un museo arqueológico) se da la mano con la modernidad que ofrecen las actuales cadenas de tiendas internacionales, mientras rastreamos los pasos de un Fernando Pessoa que parece que sigue escribiendo en cuartillas dentro del café A Brasileira, su lugar preferido para tomarse un café a media tarde mientras observaba el paseo de los lisboetas.

También es ineludible una visita por los barrios de Alfama y de Graça. Las callejuelas del viejo barrio fadista de Alfama conllevan sorpresas constantes en forma de tabernas y tiendecillas, siendo recomendable el comer allí las especialidades nacionales como la papa d’açorda o los cientos de variantes del bacalao (prueben el bacalhau com natas o a minhota acompañados de un buen vinho verde). La noche se puede completar asistiendo a un bar de fados, la canción portuguesa, esa que la fadista parece cantarte al oído con un quejío similar a la copla o al flamenco (la gran Amalia Rodrigues se atrevió incluso con una excelsa versión del Ojos verdes).



Lisboa también es una ciudad con una apreciable oferta cultural y de ocio. En los últimos años, ha sorprendido (o quizás ya no tanto), que grandes bandas del rock como U2 o los Rolling Stones, hayan recalado en la capital lusa, uniéndose al selecto club de ciudades europeas que ven a estos monstruos del rock. El número de teatros y de salas de exposiciones han avanzado espectacularmente en estos últimos años, dejando ya en el recuerdo la Lisboa degradada de finales de los 80. Sin embargo, el fado pesa mucho en la cultura lusa, por lo que si usted es una persona inquieta, pásese por una taberna donde puede asistir a un recital fadista... y déjese llevar por el ambiente arrabalero (sin matiz peyorativo) y popular de este cante.



De un extremo a otro. Historia y modernidad. Al sur, queda la Torre de Belem, el Padrao dos Descubrimentos y el Mosteiro dos Jeronimos, cita inexcusable con la Historia portuguesa. Al Norte, el Parque das Naçoes, sede de la Expo’98, con sus edificios futuristas y el puente Vasco de Gama, que con 17 kilómetros de longitud es el más largo del continente. Dos caras de una misma ciudad. Una Lisboa que aún está por descubrir. Ya lo dijo Pessoa: “La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”. Y el que ha estado en Lisboa, se siente de allí.

2 comentarios:

Alfonso Piñeiro dijo...

Ya sabía yo que con lo que pagan los amigos de las juntas de culata metidos a empresarios de la comunicación no se podía vivir. Venga, va, ¿cuánto te paga el Ayuntamiento lisboeta? jajajaj.

Grandiosa crónica de viajes. Toques el palo que toques... tocas de lleno. Me dan ganas de componer un fado. Y eso que no sé cantar, y por el clima es mejor que no lo intente. Si cae diluvio, culpa vuesa por inducirme al grosso delito de chapurrear melodías.

Miguel A. dijo...

Yo te recomendaría, amigo Piñeiro (raíces luso-galaicas en vuestro apellido, mmm, interesante), que para componer una tonada te des (momentáneamente, eso sí) a la ginjinha o al vinho verde, aunque yo apuraría antes algunos vasos de Porto... Me tomo uno que tengo por casa... A tu salud.