viernes, 26 de junio de 2009

DONDE CUSTER MURIÓ CON LAS BOTAS PUESTAS


U
n poco de historia...

El general George Armstrong Custer murió en las praderas de Montana con las botas puestas, como un héroe, como un servidor de la patria ante los malos de la película que como (casi) siempre eran los indios. Caballo Loco y Toro Sentado se salieron con la suya, pero Estados Unidos perviviría... Bueno, en realidad, esto forma parte más de la ficción que de la realidad puesto que si hacemos caso a las crónicas, lo de Custer, el Séptimo de Caballería y la batalla de Little Big Horn no fue como nos lo contaba Raoul Walsh en la idealizada pero a la par magnífica película de 1941 Murieron con las botas puestas, donde Errol Flynn (en el papel de Custer) y Olivia de Havilland desplegaban sus encantos. Pero la historia fue algo distinta.

En 1850 los Estados Unidos de América aún se encontraban en pleno proceso de configuración territorial. Tras la anexión de Texas en 1845, la llegada al Océano Pacífico se produce gracias a la colonización del territorio de Oregón en 1846 y la cesión por parte de México de una inmensa extensión al suroeste del país. En medio quedaba una amplia franja que, extendida de sur a norte, comprendía las llanuras centrales, tierras ocupadas desde tiempo inmemorial por etnias nativas como los lakota, los crow, los cheyenne o la tribu comanche.

A partir de 1853, las necesidades de comunicación entre las costas Este y Oeste plantean varias rutas de ferrocarril que atravesarán territorio indio y cuya construcción supondrá el exterminio de las manadas de búfalos, vitales para la economía y la subsistencia indígena.

Por otro lado, los indios intentaron llegar a acuerdos pacíficos con “el hombre blanco”. Según un tratado firmado en 1868 entre el gobierno estadounidense y la tribu sioux, los territorios de las Montañas Negras y del Yellowstone se cedían a perpetuidad a los indios, si bien en 1873 la entrada de buscadores de oro en su territorio acabó por desatar las hostilidades, dando con ello a lo que en la historiografía se conoce como las Guerras Indias.

Unas hostilidades que empezaron cuando el general Philip Sheridan (aquel que dijo que “el buen indio es un indio muerto”), fue comisionado por el gobierno estadounidense para dirigir las operaciones contra los nativos norteamericanos, que se desarrollarán a lo largo de 1876, y que tendrán como objetivo reducir a la unión de indios sioux y cheyenne comandada por Caballo Loco y Toro Sentado. La campaña desarrollada ese año consistía en el despliegue de tres columnas militares que, partiendo de los fuertes Ellis, Lincoln y Fetterman, caerían sobre Little Big Horn (en Montana), lugar donde estaban establecidos los indios rebeldes. El 25 de junio (ayer jueves se cumplieron 133 años de la batalla), deseoso de dirigir su propia unidad, Custer recibió el encargo de adentrarse en el valle de Little Big Horn, a donde llegó tras una agotadora marcha nocturna. Sus órdenes eran esperar refuerzos con vistas a atacar al día siguiente, si bien, tras avistar un campamento indio a 25 kilómetros, decidió emprender el ataque antes de que lo levantaran, estimando que apenas albergaría a 1.500 guerreros.

A la ofensiva
Custer organizó el ataque a este campamento dividiendo sus fuerzas: tres escuadrones atacarían el campamento por el sur; otros tres, marcharían hacia el sudoeste para atacar cualquier posición india que hallasen; el tercer escuadrón, quedaría en la retaguardia y el propio Custer, al mando de cinco escuadrones, marcharía hacia el norte y se ocultaría tras las colinas para atacar a los indios cuando estos marcharan sobre una de las divisiones. Sin embargo, sus cálculos resultaron errados. Caballo Loco conocía la posición de Custer tras las colinas. Tras constatar que los indios no se disponían a levantar el campamento, comprendió que había dividido a su ejército para nada.

Tras avistar las tiendas de los sioux, el comandante Marcus Reno (que estaba al frente de uno de los escuadrones), ordenó un ataque que fue rápidamente repelido y causó numerosas bajas. Ante el contraataque indio, se vio obligado a replegarse. Tras rechazar este ataque, los guerreros indios se reorganizaron para repeler la ofensiva de Custer. Así, al bajar desde su posición en las colinas, Custer se encontró cercado por unos 1.500 indios y en terreno descubierto, lo que le obligó a adoptar posiciones defensivas, encaminando a sus hombres a alcanzar una colina cercana donde parapetarse y esperar refuerzos.

Perseguido mientras realizaba la ascensión, desde la cima aparecieron otros 1.500 guerreros comandados por Caballo Loco. Custer, atrapado en un círculo mortal, no pudo evitar que sus tropas, divididas por el ataque, cayeran en menos de media hora. El Séptimo de Caballería había quedado deshecho, siendo su único superviviente Comanche, el caballo de un oficial.

Pese a su triunfo, los sioux y otras tribus indias nada pudieron hacer para contener el avance de los colonos blancos y el ferrocarril. Tras perder en dos batallas posteriores, Caballo Loco se rindió y fue confinado, falleciendo a bayonetazos unas semanas más tarde. Toro Sentado huyó a Canadá con unos pocos hombres. El acto final de resistencia india se produjo en la batalla de Wounded Knee, el 29 de diciembre de 1890, en la que las tribus indias resistentes fueron masacradas.

Este episodio histórico ha sido trasladado al cine en varias ocasiones. Ya hemos citado Murieron con las botas puestas, pero la batalla se ha visto desde otros puntos de vista algo más acordes con la realidad. En 1967, Robert Siodmak dirigió La última aventura, mientras que Dustin Hoffman protagonizó Pequeño gran hombre, dirigida en 1970 por Arthur Penn y que también se traslada a esa llanura de Montana donde la historia india se escribió con sangre.

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