martes, 5 de mayo de 2009

EL DÍA QUE LA DAMA DE HIERRO LLEGÓ A DOWNING STREET


M
ientras la era de Gordon Brown parece que se vaya desvaneciendo (habida cuenta de la mayor ventaja del líder conservador David Cameron en las encuestas previas a las próximas elecciones en el Reino Unido), se han cumplido 30 años de la primera victoria electoral de Margaret Thatcher. La hija del tendero que se licenció en Química por la Universidad de Oxford y que se convirtió en símbolo de la derecha mundial al llegar a ser la primera mujer en ser premier británica. Siempre fiel a su marca (la lucha contra todo lo que oliese a comunismo, lo que contribuyó a que los medios de comunicación soviéticos pronto la bautizaran como la Dama de Hierro), su gestión tuvo claros y oscuros. Por ejemplo, fue una líder capaz de modernizar la estructura tradicional de su partido, derrotando a William Whitelaw, delfín del ex primer ministro conservador, Edward Heath (del que fue en 1970 su secretaria de Educación) y superando después ampliamente al primer ministro laborista, James Callaghan (339 diputados frente a 239) en las elecciones generales del 4 de mayo de 1979.

Su victoria dentro y fuera del partido, sin embargo, no fue sólo fruto de la fuerte personalidad de Thatcher ni de su doctrina política: el thatcherismo, una combinación de libertad económica, valores tradicionales, patriotismo británico y una firme adhesión a Estados Unidos El proyecto de la Dama de Hierro fue una renovación total en todos los órdenes, no sólo económico y social, sino también en la manera en que debía conectar la derecha con sus potenciales votantes.

Estrategias
Thatcher se rodeó de los mejores profesionales para su campaña electoral. Uno de los mensajes centrales de su campaña (Labour isn’t working o El laborismo no funciona) resumía a la perfección de una manera sencilla y clara (también desde el punto de vista gráfico con varias personas reproduciendo una enorme cola de paro en los carteles electorales) el sentir real de los ciudadanos y la principal preocupación de los británicos: el desempleo.

La estrategia de apostar por los laboristas como responsables de la crisis durante la campaña no fue tampoco casualidad. Mientras en las encuestas James Callaghan era el político más valorado, (aventajaba ampliamente a Thatcher, todavía una política desconocida), la matemática electoral certificaba que los conservadores superaban a los laboristas en intención de voto. El paro (a ojos de los electores) era consecuencia de las recetas del laborismo. Callaghan, a pesar de no generar rechazo entre la población, empezaba a ser visto en su propio partido como un estorbo.
Los conservadores no sólo acertaron con el tiro, sino que (se darían cuenta más adelante) tenían en sus manos a algo más que a la candidata conservadora de un partido en alza. Ateniéndonos a la historia, el Partido Conservador, desde el punto de vista estructural, en el Reino Unido de 1979 lastrado por la crisis, preocupado por la pérdida de sus raíces y por la inmigración ilegal, con unos servicios públicos colapsados y golpeado en su moral, hubiera podido, en esas condiciones, alcanzar el 10 de Downing Street con otro candidato. Sin embargo, en Margaret Thatcher encontraron un modelo de comunicación poderoso para las generaciones políticas británicas y mundiales que vieron en ella (entre ellos el actual líder tory, David Cameron), como EEUU un año despúes en Ronald Reagan, la luz al final del túnel.

¿Piel de cordero?
Bajo su piel de cordero, se escondía una política con muchas más convicciones y personalidad que otros primeros ministros conservadores. Prueba de ello fue que Thatcher ganó tres elecciones generales consecutivas. Todas ellas con mayoría absoluta y aventajando a los laboristas desde 1983 en más de 100 diputados. Su estrella política se extendió durante once años. Su legado fue tal que hasta la llegada de Tony Blair en 1997 con el Nuevo laborismo (que batiría todos los récords en su primera elección con 659 diputados frente a 419), los conservadores aún ganarían otros comicios de la mano del protegido de Thatcher, John Major.

Su retirada, que vino provocada por una dimisión forzosa por presiones entre las diferentes familias de su partido (con dimisiones de sus ministros de por medio), no eclipsó su figura. Políticamente, además de una predicadora excelente de sus posiciones políticas, la Dama de Hierro revitalizó a su partido, puso en marcha medidas (muchas de ellas impopulares pero a la larga efectivas), que recuperaron la debilitada y maltrecha economía británica. Precisamente en la contestación social a esas reformas económicas tuvo su principal talón de Aquiles puesto que entre privatizaciones de astilleros y minas, tuvo que sofocar mediante una dura represión policial las protestas de los sindicatos. Tampoco gustó a los ingleses la introducción de ciertos impuestos regresivos como la poll tax. Esa mala fama la conjugaba con ciertos éxitos que apuntaban hacia la exaltación patriótica como cuando “ganó” en 1982 la guerra de las Malvinas o cuando consiguió que Europa concediera a Reino Unido en 1984 el “cheque británico”, un descuento de la aportación de ese país a la entonces Comunidad Económica Europea por el hecho de que la mayor parte del presupuesto de la misma se destine a la financiación de la Política Agrícola Común de la que su país apenas participaba.

Luces y sombras por tanto, en la vida política de una mujer que marcó el rumbo del Reino Unido durante una década. Del Reino Unido y también de esa maravilla de programa que era el Spitting image...


EL SUCESOR

Recogió el legado de la Thatcher y pudo mantenerlo hasta 1997, ganando entre medias dos elecciones (con un Partido Laborista fragmentado y a la espera de Tony Blair), e intentando alejarse cada vez más de la imagen ultraconservadora de la Dama de Hierro. Major acabó siendo derrotado fulminantemente por un joven Tony Blair.


RESURGE EL LABORISMO

Joven, atractivo, optimista, repleto de nuevas ideas y de aire fresco tras la gris etapa de Major, el Nuevo laborismo de Tony Blair (y su gurú Anthony Giddens), levantó enorme expectación en el Reino Unido y también en el resto del mundo. Blair, tras seguir a pie juntillas la política de George Bush, dejó la manija del país a Gordon Brown que ahora lucha por mantenerse en los restos del naufragio.

No hay comentarios: